A pleno pulmón
Obsesión vocabularia

A pleno pulmón<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2013/05/A113C5E0-6E1F-4984-86F2-7346AC69B24C.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=212 data-eio-rheight=390><noscript><img
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 Los escritores son sujetos obsesionados en la construcción de obras que “no existen” y que nadie espera; libros invisibles que la sociedad no ha necesitado hasta el momento presente.  Carecen de realidad no solamente por no haber sido escritos ni editados, suficiente fundamento para declarar su “no existencia”; pero además,  la mayor parte de las veces el escritor no tiene “en la cabeza” una idea clara del libro que desea escribir.  Es decir que ni siquiera existe un proyecto, algún boceto sintético o esquema imaginario.  Pero ellos se atarean en la elaboración de estas estructuras de palabras como si fuesen inversiones en bienes raíces.

 Los escritores saben bien que las palabras son escurridizas, que a menudo fracasan en su misión expresiva.  Los poetas –expertos en palabras y en palabrimetría- lo han comprobado: “Hay algo que perece sin contacto de mundo/ sensible en la palabra./ Hay algo que se evade,/ sin que esta pueda encadenarlo/ al sonoro universo de su cuerpo,/ e inconquistado, solitario muere;/ muere libre para el eco,/ allí donde todo humano vocablo/ edifica su último destino”.  Estos versos de Mieses Burgos los he citado otras veces, para diversas explicaciones.  Me parece que habrían inquietado a Saussure y a Wittgenstein si los hubiesen conocido.

 Muchos escritores parecen poner sus vidas a estas cartas fonéticas o, si se quiere, prosódicas.  Para los “hombres prácticos” significa que son albañiles sin argamasa, arquitectos sin piedras, empeñados en construir castillos en el aire. Pero el escritor intuye plenamente que la mujer que ama no está hecha de aire; él la palpa y la huele, puede escuchar la marcha de su sangre a la hora del abrazo.  Aunque las palabras sean débiles flechas nominativas, apuntan siempre hacia realidades que tocamos con los sentidos.

 El código de comunicaciones del escritor es semejante al de los marineros que hacen señales con banderas: arriba, abajo, con ambos brazos, a un solo lado.  Los tripulantes de otras embarcaciones, desde lejos, interpretan los signos.  No les interesa saber la calidad de las telas de las banderas; ni las habilidades “señalaticias” del marinero; quieren saber si tienen agua, les falta combustible o están a punto de naufragar.  Dolores, temores, sufrimientos y gozos, determinan  los mensajes.

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