A PLENO PULMÓN
Odios en conserva

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Odios en conserva

Una  gran ciudad poblada y antigua… podría ser un “poema palpable” compuesto de piedras, cemento, asfalto.  Las vidas de los habitantes actuales parecen estar acopladas a otras vidas anteriores, como si fuesen vagones de un tren.  Esa es una impresión dulzona que recibe el extranjero.  Pero las ciudades viejas revelan sus misterios al visitante en forma inesperada.  Al doblar una esquina el curioso descubre un monumento en medio de un jardín.  Se da cuenta enseguida de que es una “estación abandonada” del tren de las edades:  un monumento escultórico en memoria de unos hombres buenos sacrificados durante una convulsión política.

A veces los turistas interrogan vejetes ociosos jubilados.  -¿Qué significan estos personajes en la historia de la ciudad?  Corren el riesgo de disparar resortes psíquicos peligrosos.  Un anciano barbado, con sombrero y bastón, de aspecto desvalido, tiró el sombrero al suelo y arrojó el bastón contra la estatua.  -¡Debieron fusilar a ese criminal!  ¡No entiendo cómo permitieron colocar esa estatua en lugar por donde pasa gente decente, que trabaja todos los días!  El personaje sobre el pedestal más pequeño era un sujeto con chaqueta larga, bigote, corbata de lazo.  -¡Todo es un asco!  ¡Sólo han pasado cuarenta años!

-¿Qué le pasa?  El guía explicó que se trataba de un jefe de policía que había matado diez estudiantes durante una manifestación.  Se las arregló para aparecer como el salvador de los que no murieron ese día.  Solamente mató a los lideres.  El alcalde pagó un escultor extranjero para honrar a los diez mártires y al policía que “preservó con su pericia el  movimiento cívico estudiantil”.  Los compañeros no han olvidado el atropello; y no perdonan al policía, ni al alcalde, ni al escultor.  Pero ya son viejos.  Se reúnen a beber en una taberna, a menos de una cuadra de las estatuas.

Los ancianos, dijo el guía, tienen discípulos a los que “transmiten  odio conservado en alcohol”. –Aquellos jóvenes que juegan en esa plaza son hijos de los viejos o amigos de los hijos. Todas las tardes los turistas contemplan  la puesta del sol; los colores inundan esa parte de la ciudad con una aureola de paz; los viejos adormecen su odio con hielo y aguardiente.

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