En todos los lugares donde se reúnen personas puede comprobarse la existencia de dos grandes grupos humanos: los parlanchines y los silenciosos. Unos tipos se dedican a hablar; otros prefieren escuchar. Consultorios médicos, tiendas, escuelas, bares, clubes, colas para pagar servicios de agua o energía, ofrecen campos de experimentación para observar de cerca bocones y orejones. Hay sujetos que exponen sus pareceres con el mayor desparpajo, lo mismo sobre su propia sexualidad que acerca de la política local. Me gustan las mujeres tetonas y con las nalgas grandes; ¿usted, qué dice de eso? A ese político bandido hay que encarcelarlo; si fuera por mí, lo fusilaría sin juicio.
Hay bocones exhibicionistas e irresponsables, que desafían las autoridades, las reglas de cortesía, del buen sentido; pero también los hay malintencionados y provocadores; individuos que sueltan opiniones denigrantes contra líderes políticos y funcionarios públicos, para ver las reacciones de los presentes o escuchar el comentario de alguna persona determinada de antemano. Los habladores incontinentes crean la atmósfera en la cual los bocones maliciosos echan sus anzuelos verbales. Coexisten ambas clases de bocones: el bocón perverso y el bocón natural, de necedad espontánea. Y algo parecido ocurre con los que guardan silencio en las tertulias de centros cerveceros.
Quienes escuchan pasivamente a los bocones son orejones de tres tipos. Unos, afectados por timidez, no se atreven a intervenir en discusiones tremebundas, marcadas por pasiones ideológicas o viejísimos resentimientos. Otros orejones optan por escuchar para enterarse de los rumores que circulan, para saber en qué anda la cosa. Estas dos clases de orejones actúan conservadoramente por prudencia. Un tercer tipo de orejones trabaja en el espionaje informal de corta distancia. Su única tecnología es el alcohol, que afloja la lengua y hace desaparecer las inhibiciones.
A veces bocones naturales y orejones de buena fe llegan a conclusiones memorables. Bocón: vivimos en pleno desorden; se lo roban todo: los metales, las tierras, el dinero. Las autoridades no tienen autoridad. Los puentes se van a caer uno a uno. Orejón: yo no digo nada porque no quiero meterme en líos; pero criminalidad sin autoridad termina en insubordinación general. Hasta los menores de edad escapan de los custodios. ¡Qué serán los adultos!
Pie
Fila para pagar.