A PLENO PULMÓN
Palpación del mundo

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Los escépticos en filosofía han sido siempre muchos más que los escépticos en política.  Siendo la política una actividad que produce muertes, prisiones, guerras, destierros, despierta mayor entusiasmo y credibilidad que la filosofía.  “Parece mentira” que así sea; pero lo dicho tiene el aspecto de ser una azorante verdad.  La filosofía, compuesta de ideas, razonamientos, creencias prestigiosas antiguas, e incluso investigaciones metódicas, va a parar directamente a la duda. La política, en cambio, suscita militancia cerrada y “adhesión incondicional”.

La política ha sido tildada en todos los tiempos como “profesión del engaño”, oficio de tramposos.  A la filosofía, por el contrario, se la tiene por “camino de sabiduría”, esfuerzo intenso “hacia la verdad”.  Ante sucesos inesperados la gente suele decir: “no puedo creer lo que ven mis ojos”.  Lo que miramos podría ser un espejismo; por tanto, no podemos confiar en el “testimonio de los sentidos”, según reza la viejísima expresión de muchísimos escépticos.  El caso es que los grandes pensadores someten las proposiciones más sencillas a rigurosos exámenes, de los cuales vuelve a brotar el escepticismo.  Son parecidas: la duda cartesiana, la ironía socrática, la indecisión epistemológica de los lingüistas.

Los políticos dan la impresión de estar seguros de lo que pregonan;  hablan enfáticamente de “los proyectos”, expresan sus convicciones con tanta fuerza que el público escucha lo que dicen; acepta las prédicas sin ningún razonamiento, sólo por el tono decidido, autoritario, que emplean.  Los filósofos, dubitativos y cautelosos, atraen poquísimos seguidores.  ¿Quién va a ir tras unos tipos que no saben a qué atenerse?  ¡Ni siquiera logran saber si lo que otros saben lo saben bien!

Existe una “tercera vía”: ni políticos engañadores, ni filósofos desconfiados de “verdades resbalosas”; no es la del sociólogo Giddens, mezcla de filosofía con teoría política.  Se trata del camino del tacto y del olfato, propuesto recientemente por una “mujer de experiencia”.  Distinguimos el olor de una cloaca del perfume de jazmín; por el tacto sabemos la diferencia entre una gramínea y un cactus; un vistazo e identificamos el cuervo y la cotorra.  La palpación del mundo es la “cura suprema” de la ceguera epistemológica.  “Los amantes se orientan perfectamente en la obscuridad”, afirma ella con expresión triunfal.

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