A PLENO PULMÓN
Paseos y retretas

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Paseos y retretas

En casi todas las ciudades del mundo existen lugares para pasear, esto es, para “dar pasos” tranquilos, sin prisa, mirar los alrededores, saludar persona conocidas, sentarse en algún banco a descansar antes de volver a “echar a andar”.  Hay calles cerradas al transito de automóviles con la  finalidad de que la gente pueda caminar en ellas sin preocupaciones.  Las llaman vías peatonales; calles para ir a pie.  La calle Corrientes, en Buenos Aires, es un sitio bien conocido.

Los turistas visitan esa calle y preguntan: ¿Dónde está la casa que Carlos Gardel mencionó en aquel famoso tango?  Quiere decir que no han salido a trabajar sino a divertirse, a dejar pasar el tiempo sin ningún propósito utilitario.  En la calle de El Conde, en Santo Domingo, se prohibió el paso de vehículos por parecidos motivos; y para favorecer los comerciantes establecidos en la antigua “arteria” de la capital.  El parque Colón tuvo una vez función semejante; los jóvenes daban vueltas en un sentido, mientras las muchachas lo hacían al revés.  Al cruzarse, hembras y varones se miraban con interés.

En un libro del novelista argelino Albert Camus leí una vez que en un Orán ocurría  -en los años cuarenta- lo mismo que en el parque Colón en los sesenta.  En ambos países organizaban conciertos las bandas militares; tocaban instrumentos de viento y de percusión.  Los llamaban retretas nocturnas.  Las personas que acudían entonces a los conciertos y a los paseos pertenecían a todas las clases sociales.  Hay que decir, sin embargo, que la población no era la misma que ahora; y, también, habíamos sufrido recientemente un régimen despótico que imponía el terror difuso.

¿A que viene todo esto? Pues simplemente, en nuestros tiempos no es posible pasear sin armas, escuchar a los músicos al aire libre, abandonarse a la contemplación del paisaje.  La delincuencia generalizada nos conmina a meternos detrás de rejas en las casas.  No se trata de “evocaciones nostálgicas” de paraísos desaparecidos.  Las costumbres han cambiado; las situaciones son distintas, nuestras prioridades son otras.  No es cierto que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, como afirmaba el poeta Manrique.  El único problema es que pasear sigue siendo una actividad saludable y grata; pero muy peligrosa.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas