La sorpresiva renuncia del Papa Benedicto XVI ha provocado toda clase de comentarios. Las especulaciones abarcan una amplia gama de intereses y puntos de vista. En primer lugar el porvenir de la Iglesia. ¿Quién sucederá a Benedicto XVI? Los sacerdotes, jerarcas religiosos y feligreses, quieren saber cuál de los cardenales podría ser el próximo Papa. Renunciar al pontificado, al obispado de Roma, a la dirección de una institución con dos mil años de antigüedad, no es algo que ocurra con frecuencia. Se ha publicado que un caso semejante no se veía desde el año 1294, cuando Celestino V decidió dejar el trono de San Pedro.
El mundo político ha sido tan impactado por la noticia como el mundo religioso. No es lo mismo que el Papa sea norteamericano, europeo o hispanoamericano. Las cancillerías de países poderosos deben estar muy atareadas desde que se divulgó que Benedicto XVI no será Papa a partir del 28 de febrero del 2013 a las 20:00 horas. Ya están haciéndose cálculos sobre el número de cardenales que han sido nombrados por el Papa actual se dice que son cerca de setenta; y si eso permitirá al Papa que abdica influir en la elección del nuevo pontífice. También se habla acerca de cuantos cardenales están en edad de elegir y ser elegidos.
En nuestro país y en algunos otros los alcaldes aspiran a eternizarse en el poder; numerosos políticos desean morir en sus cargos. Incluso directivos de clubes sociales creen que los mandatos no deben terminar. Es posible que un enfermo del mal de Alzheimer pretenda ser presidente de la república. Ninguna enfermedad cuenta para abandonar el poder. El Papa, en cambio, declara: por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.
Pero lo más importante de todo cuanto ha dicho el Papa es: en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu. Ciertamente, nos ha tocado vivir una época de remoción cultural profunda; unos tiempos difíciles para jóvenes y ancianos.