A PLENO PULMÓN
Poblados y ciudades

A PLENO PULMÓN<BR>Poblados y ciudades

 Nadie escoge el sitio de su nacimiento; ni elige los padres que han de tocarle.  Cuando un niño abre los ojos y mira a su alrededor, descubre que está vivo, que existen objetos y personas que desconoce totalmente.  La tarea de vivir tiene siempre un carácter perentorio, ineludible, inaplazable.  Madres, padres, parientes, vecinos, se configuran delante del niño en muy poco tiempo; idiomas y costumbres, clima y naturaleza, serán percibidos por esos “nuevos habitantes” mucho más lentamente.  Pero el lugar donde se nace “condiciona” a todas las personas.  Nacer en un villorrio o en una gran ciudad, en un país rico o en un país pobre, nos marca en forma indeleble.

 Hombres criados en pequeñas aldeas, que luego estudian una carrera universitaria en la ciudad principal de su provincia, nunca olvidan los juegos de la infancia rural.  Algunos de ellos cursan más tarde especialidades en Londres o en París, aprenden varios idiomas, viajan por muchos países desarrollados; es posible que lleguen a conocer al dedillo los distintos recovecos urbanos de Nueva York.  Sin embargo, evocan a menudo el paisaje pueblerino donde pasaron la adolescencia.  Tampoco olvidan los consejos de padres amorosos con poca educación escolar; consejos fundados en “sabidurías convencionales”.  Un profesional cosmopolita, si es sensible, difícilmente desaloja de la memoria sus años primerizos.

 A medida que el tiempo pasa y se acumula la experiencia, hombres y mujeres se vuelven más “sentimentales”, dados a la rememoración de episodios juveniles en los que tomaron parte.  Lejos de sentirse “disminuidos” por las limitaciones económicas y sociales de sus tiempos de estudiantes, ríen al recordar aquellas dificultades superadas.  He visto hombres satisfechos y equilibrados, con 200 libras de peso, llorar al pensar en los esfuerzos de sus padres para costear su educación.

 Pero las “vueltas que da la vida” son difíciles de pronosticar.  Se puede ser desgraciado en Nueva York, residiendo en  la parte más elegante de Manhattan; y por el contrario, ser feliz en una isla pequeña de las Antillas.  Para apreciar el bienestar es necesario haber conocido “el malestar”.  Las ventajas de la democracia no pueden ser sopesadas en su integridad sin haber sufrido la dictadura.  Esa “costra” del pasado no puede removerse de ninguna manera.

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