A PLENO PULMÓN
Poetas buscan rufianes

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Los rufianes siempre se han burlado de los poetas y de los predicadores.  De los primeros opinan que pasan la vida suspirando y llorando.  Tal vez esta idea proceda de unos versos de Gustavo Adolfo Becquer: “¡Los suspiros son aire y van al aire!/ ¡Las lágrimas son agua y van al mar!/”.  Un rufián del muelle de Santo Domingo declaró en el viejo periódico “La Nación”: “los poetas huelen flores y sufren hambre”.  Lo menos malo que dicen de los predicadores –religiosos o laicos– es que pierden su tiempo; nadie escucha “sermones improductivos”, exhortaciones inútiles.  Es normal que los rufianes desdeñen a los poetas.

 No es frecuente que los poetas aprecien a los rufianes.  Las almas sensibles de los poetas rechazan de plano las “groseras actitudes” de los rufianes.  Entre poetas y rufianes existe en todo momento reluctancia mutua: se repelen con terrible fuerza electromagnética.  Así ha sido en lo pasado; si alguna vez un rufián se acercaba a un poeta, a oírle o a pedir consejo, el suceso tenía el carácter de una conversión religiosa.  El rufián que busca la compañía de un poeta experimenta, probablemente, una transformación psíquica radical, muy difícil de explicar.  La cual sería vista por algunas personas como una forma de “ascenso espiritual”.

 Mucho más extraordinario, nunca antes visto ni pensado, es que un poeta busque los consejos de un rufián.  Eso es lo que ya ha empezado a ocurrir.  Hombres instruidos y sensatos, con sensibilidad artística, de “hábitos pacíficos”, se sienten amenazados por la criminalidad creciente.  Para protegerse de la inseguridad necesitan la ayuda de hombres de los bajos fondos, conocedores de la violencia y el pillaje.  En el primer encuentro el rufián explica: “aquí al que no fuma, se lo fuman; y al que no bebe, se lo beben”. Pronunciados estos refranes sibilinos, el rufián espera, orondo, la reacción de su inusual interlocutor.

 En todas partes surgen espantosas violencias; los “mansos de la tierra” padecen grandes dificultades en esta época de auge del mal vivir.  Muchos hombres asustados se sienten tentados de pactar una “alianza estratégica” con maleantes.  Así comienzan a aprender el abecedario de la bribonería.  Poco a poco van acostumbrándose a la dialéctica rufianesca del revólver.

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