A PLENO PULMÓN
Políticos muy deseados

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Existen políticos prácticos y sensatos que tratan de resolver los problemas de la población… valiéndose de los prejuicios y el trabajo de las mismas personas a quienes mandan.  Este ha sido el método de acción de algunos sacerdotes rurales con liderazgo: “ayuda mutua y esfuerzo propio”.  Tanto unos como otros identifican un problema común; luego lo conectan con otro problema cuya solución depende del primero.  Así las tareas se “escalonan” y visualizan en conjuntos, con secuencias “casi naturales”.

Estimular a los demás para que sientan como propia una empresa común es la virtud cardinal del verdadero líder político.  Los hombres dotados de las “facultades para organizar” grupos nunca son demasiados. Contexturas psíquicas especiales son imprescindibles para esas funciones.  Es necesario “saber escuchar” a cada uno sin perderse en riñas de vanidades, en la “magnificación de los caprichos individuales.  Por encima de las disonancias de opinión, el estadista incita a tejer acuerdos básicos.  La insolidaridad, el desorden, la sedición, son amenazas permanentes de las sociedades.

Así como en muchísimas cárceles se producen motines, dentro de cualquier comunidad puede surgir un brote de “disociedad” autodestructiva.  Es un “misterio” de psicología social que el enjambre humano marche en orden, como si fuese un regimiento de infantería en vísperas de batalla. La actividad “coreográfica” con sentido comunal tiene una sola receta eficaz; es una receta de tres patas: trabajo, organización jerárquica, educación.  Tres fuerzas creadoras y, a la vez, conservadoras.

Estos políticos “prácticos y sensatos” son personas que, además de percibir los “disparates ajenos”, piensan que ellos mismos podrían equivocarse.  No están convencidos, fanáticamente, de que poseen “el secreto del mundo”, el modo único e infalible de resolver los problemas de la comunidad.  Una sociedad es un “cajón de sastre”. Cualquier empeño de “homogeneizarla” está condenado al fracaso.  En casi todos los pueblos conviven “científicos y religiosos”, creyentes y ateos, blancos y negros, ricos y pobres, analfabetos y doctos, corruptos y honestos.  Querer mejor distribución de la riqueza, más respeto por las opiniones y creencias ajenas, mayor rigor en la justicia, disminución o desaparición de los prejuicios raciales, no significa  que, para lograrlo, haya necesidad de meterse en una camisa de fuerza política; o descalabrarse en una guerra civil.

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