¿Existe hoy algún lugar del mundo donde las cosas anden bien? Tal vez lo único que podemos afirmar con certeza es que en ciertos países andan peor que en otros. En México, por ejemplo, los narcotraficantes matan más gente que en Santo Domingo. En Grecia, los problemas económicos son más agudos que en España. En los EUA, la situación de los emigrantes hispanos tiende a complicarse cada día. Sin embargo, muchos dominicanos quieren irse de su país; unos lo hacen en yolas, otros en aviones, con documentos o sin ellos. En Europa, la perspectiva futurible es que crezca la ola de xenofobia.
En vista de estos antecedentes, podríamos quedarnos en Santo Domingo y tratar por todos los medios de que nuestro país llegue a ser vividero. En lugar de irnos, intentar mejorar lo que tenemos aquí. En vez de aventurar allá; aventurar en el sitio de nacimiento. Cuando abandonamos la tierra propia, pasamos a ser extranjeros, habitantes discriminados sin estatutos civiles, unos metecos de segundo orden. Sócrates prefirió beber la cicuta para no ir en la vejez al destierro, privado de sus derechos políticos. Tenía bien clara la diferencia entre un mero habitante y el verdadero ciudadano.
Casi todos los objetos del mundo tienen anverso y reverso, como las monedas. Para entender un asunto debemos examinarlo por dos lados: al revés y al derecho. Hay dominicanos que se echan al mar, desafiando los tiburones del Canal de la Mona. Expresan así una decisión radical; indican, tácitamente, que han hecho un juicio de valor y tomado, temerariamente, un camino peligroso. Pero otros dominicanos prefieren no emigrar y aliarse con los tiburones de tierra de la mala política y los negocios turbios. Se van los inconformes y atrevidos; se quedan los que escogen la vía de menor resistencia.
Entre los dominicanos que se quedan hay también hombres con espíritu de lucha e ideales de mejor vida. Deploran el enriquecimiento sin causa, la impunidad y el bandidaje, que emponzoñan la convivencia de dominicanos. Pero no tienen una red social en el mundo digital; tampoco programas, ni organización colectiva. Esos pueden hacer el trabajo asiduo que deseaba Pedro Henríquez Ureña; y sembrar el amor que falta según Juan Bosch.