A PLENO PULMÓN
Pretensión y vanidad

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Pretensión y vanidad

Cuentan que el físico Albert Einstein afirmaba: “dos cosas hay que se tienen por infinitas; el espacio cósmico y la necedad humana; no estoy seguro de lo primero”.  La sensatez no es virtud frecuente en los seres humanos de cualquier tiempo, cualquier clase social o cualquier profesión.  Las noticias que traen los periódicos muestran  diariamente “excesos” en la conducta de artistas “pop”, políticos -europeos e hispanoamericanos-, banqueros privados, funcionarios públicos. Repasemos mentalmente declaraciones del Presidente Chávez, de Silvio Berlusconi, del estafador Bernard Madoff.

Se dirá que políticos  y cantantes populares son “profesionales del espectáculo”; tienen obligación de hablar constantemente, de “halagar las masas”, justificar actuaciones, procedimientos, cambios de opinión.  Es más fácil que cometan yerros; podemos “cogerlos en falta” sin grandes esfuerzos, porque pasan la vida “bailando en la cuerda floja”.  Madoff, experto financiero que logró “evaporar” 50,000 millones de dólares, dijo en la cárcel donde cumple condena por fraude: “que se jodan mis víctimas; pasé veinte años aguantando de ellos exigencias y majaderías”. Los reclusos le han aplaudido con manos y pies.

Durante esos veinte años miles de “empleados comunes” hicieron ahorros para su vejez; y los entregaron al “confiable” Bernie Madoff para “inversiones productivas”.  El fruto del trabajo de muchísimos hombres desapareció para siempre.  Puede argüirse que no cabe esperar sensatez de un delincuente, buen juicio, capacidad de obrar con arreglo a la realidad.  Pero algunos hombres de letras –inteligentes y cultos- proceden con parecida insensatez, aunque con mucho menor daño para los demás. Poetas, narradores, ensayistas, creen posible “sobornar la  gloria”; alcanzar consagración universal sin producir obras valiosas.

Chillan con estridencia, demandando el reconocimiento que suponen merecer.  La vanidad hipertrofiada les lleva a pretensiones desmesuradas.  El “calibre” de un escritor no puede simularse; si usted no es Rilke, ni Dostoievski, es imposible que sea “confundido” con ellos.

No importa cuantas plumas infle el pavo, o cuantas artimañas publicitarias pueda emplear, finalmente, el tamaño exacto de un escritor queda patente.

Un banquero puede muy bien disfrazarse de honesto; Madoff lo hizo; los políticos pueden “engañar las multitudes”; lo hemos visto muchas veces.  Sin embargo, no es factible hacerse pasar por  “gran escritor”.  Vanidad y pretensión “ayudan a vivir”; pero no arreglan los escritos.

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