A PLENO PULMÓN
Progreso  y regreso

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Progreso  y regreso

Cuando era estudiante de bachillerato me molestaba escuchar de boca de los mayores: “el hombre es el mismo a través de todas las épocas”. Personas inteligentes, con rigurosa formación académica, afirmaban: el hombre no cambia; y si cambia, lo hace tan lentamente que para los fines prácticos es irrelevante.  El hombre sigue siendo hoy como lo describen los salmos de David, el “Eclesiastés” de Salomón, textos con tres mil años de antigüedad.  Los jóvenes creen que todo es nuevo bajo el sol; ellos inauguran el amor, la política, las especulaciones filosóficas, históricas, religiosas; piensan que su música predilecta no tiene conexión alguna con las canciones viejas que oían sus abuelos.

La “evolución de las especies” es una teoría científica con enorme poder persuasivo.  ¿Si los animales pueden sufrir mutaciones físicas: en los dedos y dientes, en el volumen de la masa cerebral, por qué dudar que los hombres experimenten cambios morales, intelectuales o culturales? Las teorías historicistas sostienen  que “el hombre progresa” necesariamente.  No sólo Carlos Darwin contribuye a que creamos que “los hombres mejoran ininterrumpidamente”.  La antiquísima doctrina de las causas finales también tienen su parte en esas convicciones profundas.  Según el pensar teleológico, todo lo que Dios pone en el mundo, aun lo que nos parece más malo, trabaja para un propósito “finalmente bueno”.

La antropología cultural de nuestro tiempo ha añadido “un toque” de refinamiento a los historicistas del siglo XIX y a los finalistas medievales.  El hombre avanza “aunque no lo quiera”.  La historia es una fuerza transformadora que parece tener su propio régimen.  Todos los días comprobamos que el hombre “adelanta” en aspectos científicos, técnicos, que proporcionan ventajas materiales.  No así en el orden moral ni en la conducta social. 

No obstante, la simple lectura de “Eclesiastés” nos lleva a no ser demasiado optimistas.  El hombre progresa, regresa, se estanca; a veces permanece detenido, dando vueltas en el mismo sitio, justificando aparentemente las antiguas visiones del “eterno retorno”.  El rey Salomón opinaba que la injusticia es inseparable de los hombres. “No hay más pan para los sabios, ni más riquezas para los inteligentes, ni más favores para los entendidos. Pues para todos se da la ocasión y la mala suerte”.

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