La Academia Dominicana de la Lengua ha iniciado el programa de conferencias-talleres sobre el pensamiento español contemporáneo. He asistido a la primera sesión, dedicada a las ideas de José Ortega y Gasset. Con motivo de esa actividad cultural tan rica y estimulante, pude escuchar una conferencia de Paulino Garagorri, discípulo de Ortega fallecido en 2007. El disco-compacto que me entregó el doctor Manuel Núñez tuvo la virtud de remover dentro de mí el asiento de las emociones y recuerdos conectados con Ortega, Julián Marías, Ferrater Mora. El remolino tocó también la imaginación, el razonamiento ordenado; y desencadenó dichosas asociaciones mentales.
Pensé, al oír hablar a Garagorri, que no disponemos ni siquiera de una vieja cinta magnetofónica con las conversaciones de Sócrates, Platón, Aristóteles. Podemos escuchar las voces de Ortega, de Julián Marías; pero nunca sabremos cuales eran los tonos auténticos de las gargantas de Sócrates y Aristóteles. ¿Tenía Sócrates una voz irónica y zumbona? ¿Era autoritario el timbre de voz de Platón? ¿Tuvo en verdad Aristóteles una voz magisterial, como nos hacen creer los escolásticos? He oído grabaciones de Caruso y de otros tenores; por las inflexiones de la voz intento descubrir los rasgos de carácter de cada cantante.
En los años sesenta los estudiantes dominicanos gozaron de inesperadas ayudas pedagógicas. Julián Marías concibió unas antologías con los textos básicos de toda la historia de la filosofía. El tema del hombre, antología publicada en Madrid en 1943, era vendida en la Librería Nueva, calle El Conde 65, por su propietario, don Cacho Carías. Pude leerlo en 1962 gracias a la gentileza de don Andrés Avelino. Fue una publicación auspiciada por la Revista de Occidente. El compilador, Julián Marías, conocía las seis lenguas -cuatro vivas y dos muertas- en las que escribieron los filósofos antologados.
Durante la Segunda Guerra Mundial – y después – llegaron a América millares de refugiados europeos. Querían ganarse la vida de cualquier modo. Un alemán radicado en Argentina aceptaba traducir libros de filosofía; acababa de aprender español en las calles de Buenos Aires; sin tener formación en ese campo, acometía la tarea como un toro bravo. Leíamos, pues, libros mal traducidos. Julián Marías nos redimió de los efectos nocivos de esos emplastos intelectuales.