El general José Miguel Soto Jiménez acaba de publicar Memorial de la Guazábara, un libro donde estudia la resistencia de los indígenas de esta isla durante la conquista y colonización española, en el siglo XVI. Guazábara es, desde luego, un cactus, la planta espinosa que todos conocemos. Esta voz caribe también quiere decir pelotera, riña, pleito, batalla. Lo primero es aclarar que los dominicanos no somos taínos; los dominicanos son un producto histórico reciente, resultado del descubrimiento de América, de la colonización española, del tráfico de esclavos negros. Los taínos son, ciertamente, primerizos pobladores de la isla; pero ellos no son dominicanos; ni nosotros taínos.
Nuestra lengua, costumbres y creencias religiosas, no son taínas. Es muy probable, sin embargo que en la sangre de los dominicanos se encuentren componentes de sangre taína. El doctor José de Jesús Álvarez realizó, a mediados del siglo pasado, un trabajo de campo que consistió en colectar muestras de sangre en todo el país para determinar la proporción de factores sanguíneos taínos presentes en las venas de los dominicanos. No puedo juzgar el valor científico de esta investigación, acerca de la cual solamente pueden hablar con propiedad los hematólogos.
El estudio del doctor Álvarez fue publicado en Anales de la Universidad de Santo Domingo. Posteriormente se dijo que entre el 17 y 20% de los dominicanos tenía en su sangre elementos de raza taína. Los historiadores de nuestra época colonial han acumulado pruebas documentales de la disminución dramática de la población taína en esta isla. En el famoso Repartimiento de Alburquerque, de 1514, se encomendaron indios a este o aquel colono español. El censo de ese reparto específico indica que había 24,000 indios. En 1533, al firmarse La Paz de Barrionuevo con el cacique Enriquillo, se estableció que sólo quedaban 6,000 indios.
Es posible que no todos los indios alzados en el Bahoruco se trasladaran a Boyá, a vivir en una reservación. Se cree que Enriquillo murió en una de esas montañas, poco después de aquella paz. Las Casas lamentaba que a los aborígenes los consumieran y aniquilaran. Tan pocos indios había que, según el fraile, los que vienen a la isla preguntan: si los indios eran blancos o prietos.