A PLENO PULMÓN
Reguilar los trompos

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Reguilar los trompos

Los políticos de la época de Trujillo empleaban a menudo la expresión: “reguílate ese trompo en la uña”.  Una superficie tan reducida como la uña –y además, curva-, es una extensión inadecuada para mantener un trompo en movimiento.  Querían decir con esto que una tarea, una orden, un problema, resultarían de muy difícil cumplimiento.  Conocí algunos niños que eran verdaderos artistas en el uso del trompo.  Lo hacían reguilar a gran velocidad en el piso; o lo lanzaban al aire para  apararlo en una mano.  Entonces, exhibían el trompo reguilando en las palmas, con aires triunfales. 

En ocasiones los niños-expertos tomaban el trompo que sostenían en la mano derecha y lo colocaban sobre la uña del pulgar de la izquierda.  El trompo caía al piso enseguida.  Era una “demostración” de la imposibilidad de reguilar trompos en las uñas.  Preparar un buen trompo “para torneo” era laboriosa empresa para los niños de los años cincuenta.  En primer lugar, debían visitar un fabricante de “camas coloniales”.  Los balaústres de estas camas se construyen de caoba y requieren la intervención de un tornero con experiencia.

Balaústres  con nudos flojos o porciones de madera dañados se usaban en confección de trompos.  El tornero trabajaba “chiripas de trompos” para ganar  con qué jugar billetes de lotería.  Un trompo de caoba, de remate circular y cabeza “cebollona”, se consideraba pieza apreciable.  Recibido el trompo “en bruto”  de manos del ebanista, había que llevarlo donde un zapatero a clavarle cuatro líneas de tachuelas, uniformemente repartidas, que darían peso y estabilidad al “ponerlo a bailar”.

Para el eje sobre el cual reguilaría, se cortaba la cabeza de un “clavo de techar”, se redondeaba y pulía el extremo; la punta del clavo entraba en el orifico central, previamente barrenado;   se ajustaba la “conjunción” entre acero y caoba con trozos de excremento de burro, una suerte de “estopa orgánica” que servía de cojinete.  Después venía la terminación: gangorra trenzada para el cordel; pintura roja y amarilla para el remate y el cono; finalmente, se encerotaba el hilo al que amarrábamos, como tope, una tapa de Coca-cola.  Un trompo bien “calibrado” debe ser capaz de dar catorce “puyas” a una moneda; y hasta dos “cabezadas”.

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