A PLENO PULMÓN
Rito de tres barajas

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Cuando el pescador salió de la casa eran aproximadamente las seis de la tarde, pues ya empezaba a obscurecer.  Terminé mi segundo vaso de ron Brugal y me senté frente a la mesa con mis tres paquetes de cartas. En la libreta de apuntes no había logrado anotar una sola palabra el día anterior; ni tampoco después; la charla con el pescador ocupó el tiempo que debí emplear en escribir.  Entonces comenzaron a llegar mosquitos y pequeñas mariposas a la terraza.  Encendí una luz blanca cerca de la entrada de la calle para que los insectos se reunieran lejos de la mesa.  Luego prendí una lámpara amarilla sobre mi cabeza.

 Los insectos se dispersaron; pero esa luz llenó de tristeza el cobertizo.  Poco después quedé adormilado sobre la hamaca; bajo la luz amarilla podía palpar el tejido blando de los recuerdos. Pensé en Herminio Protocantór, quien decía que las barajas eran replicas fieles de la vida humana: oro, copas, espadas, reyes.  Furores y placeres, dolores e ilusiones, estaban aprisionados en las cartas.  Pensé también en mi risueña abuela Mama-Ofelia, cuya alegría escapaba por los huecos de los dientes que le faltaban.  Ella creía que las lectoras de barajas tenían derecho a ganarse la vida.  Vendían esperanzas, quitaban miedos, daban alientos.

 Ella no hacía eso; cosía vestidos de luto para viudas recientes, tejía pasamanería en los bordes de manteles, preparaba paños con adornos de punto de cruz.  Se ganaba la vida sin barajas.  Pero sonreía al conocer las predicciones de las amigas que practicaban la cartomancia.  “Todo puede ser o no ser”, concluía Mama-Ofelia; a veces no tienen más remedio que inventar historias mientras los clientes consiguen trabajo.  Saben que si son empleados consultan menos las barajas; y el negocio languidece.

 Herminio Protocantór me explicó un Día de la Independencia que una bruja de Azua leía cartas de tres barajas mezcladas.  Al cortar los mazos colocaba un cuchillo de cocina sobre cada paquete dividido.  Ponía delante de los clientes pequeñas pilas de moneda fraccionaria y montoncitos de habichuelas.  Por último, repartía claveles o azucenas.  Pronosticaba sobre asuntos de dinero, alimentación, trabajo, enfermedades.  El rito de tres barajas le permitía anticipar hasta los amores y las muertes.

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