A PLENO PULMÓN
Ruidos del otro mundo

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Las novelas radiales precedieron a los “culebrones” de televisión.  Ese fue el orden en que se desarrollaron los medios de comunicación de nuestra época.  Ahora, a esos tiempos “sin televisión”, se les llama “días de radio”, siguiendo el título de una celebrada película.  Era yo un adolescente cuando se puso de moda la novela radial: “Tamakún, el vengador errante”.  Don Quijote de la Mancha es conocido, desde hace cuatro siglos, como “caballero andante”.  Aunque parezca extraño e irreverente, hay estrecha conexión entre un “vengador errante” y un “caballero andante”. 

La novela de Tamakún se transmitía por “capítulos en serie”.  Al comenzar cada entrega, el locutor decía con voz grave: “donde la maldad impere, donde el peligro amenace, allí estará Tamakún, el vengador errante”.  Don Quijote salió de su casa para combatir injusticias y “corregir entuertos”.  El académico Francisco Ayala falleció hace una semana con 103 años cumplidos.  Este benemérito intelectual se atrevió a escribir que el extraordinario libro de Cervantes, por encima de sus méritos literarios y penetración filosófica, tenía algo de bufonada chocarrera.  También dijo que el Hamlet de Shakespeare arrastraba un ingrediente de melodrama truculento.

A mis amigos de entonces les encantaban los experimentos químicos, eléctricos, mecánicos. Muchos de ellos fabricaban primitivos receptores de radio; algunos eran subscriptores de la revista “Mecánica Popular”, lectores asiduos de “El tesoro de la juventud”.  Todas las señoras del vecindario donde vivíamos escuchaban diariamente la novela radial Tamakún.   Nosotros estábamos convencidos de que esa “pieza dramática” era completamente ridícula, no sólo chocarrera y truculenta.  Concebimos el desaforado proyecto de interferir con ruidos la recepción del entretenimiento más popular entre los adultos. 

Usamos el transformador de corriente eléctrica de un tren de juguete, a fin de reducir 110 voltios a 16; alrededor de un clavo grande embobinamos alambre de cobre para construir un electroimán; sobre un trozo de madera colocamos una pequeña lamina de latón, recortada de un recipiente de avena; la punta de hojalata vibraba encima del clavo del electroimán tan pronto pasaba la corriente.  Producía un ruido de chicharra que afectaba los aparatos de radio en toda la calle.  Las señoras no podían escuchar la voz de Tamakún.  Gritaban airadas: “hay un ruido del otro mundo”.

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