A PLENO PULMÓN
Salud y enfermedad

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Salud y enfermedad

Cuando los hombres caen postrados por alguna enfermedad grave suelen sentirse víctimas de la mala suerte, unos tristes soldados derrotados en el torneo de la vida.  Aquellos que logran levantarse otra vez salen fortalecidos de la penosa experiencia.  Después de conocer la tristeza que produce mirar el techo desde una cama, magnifican el gozo de ver salir el sol, de observar los troncos y las copas de los árboles, las flores abiertas llenas de insectos.  Celebran entonces “bodas con el mundo”, en una “reconciliación” con las cosas y las personas. Es probable que el poeta Paul Eluard escribiera acerca de la “tristeza inscrita en las líneas del techo”, al recordar su situación de enfermo de los pulmones.

Albert Camus celebró su recuperación de la tuberculosis practicando una suerte de rito panteísta, que incluía revolcarse sobre la hierba: “para aplastar bajo mis narices las drupas de lentisco”.  Es frecuente que enfermos recién dados de alta en los hospitales se dediquen a contemplar la naturaleza, en actitud de arrobamiento eufórico.  Acostarse bajo árboles frondosos a examinar ramas y hojas, como si fuesen bóvedas vegetales, es recurso de muchos convalecientes.  Parece que la preocupación por el propio cuerpo impide al enfermo dejarse penetrar por los objetos que le rodean; no presta atención cuidadosa a ninguna cosa, excepto a su enfermedad”.

La mayor prueba de vitalidad es la continua interacción con los “objetos de afuera”, como vemos entre los monos y en los pájaros.  La capacidad de “ensimismamiento” es una condición específica de los seres humanos, según opina Ortega.  El hombre es capaz de “ensimismarse”, de meterse dentro de si mismo por periodos cortos o largos, de meditación o de angustia.  A medida que el enfermo “vuelve a tener fuerzas” renace su interés por las “bellezas del mundo”.

La verdad es que cuando nos concentramos exclusivamente en “los negocios personales”, no percibimos el brillo del plumaje de los pájaros o el color de las hojas de los arbustos del parque próximo.  Preferimos encerrarnos en la cápsula psíquica constituida por “nuestros intereses”; es como si padeciéramos una enfermedad que no produce fiebre sino “stress”. Y nos pone velos en los ojos para que no veamos nada que nos haga felices.

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