Del mundo político de hoy proceden las situaciones más ridículas que cabe imaginar. En la famosa Plaza Tiananmen, en la capital de China continental, se inauguró hace tres meses una enorme estatua de Confucio, filósofo emblemático de los chinos, quien vivió hace unos 2,500 años. La escultura tiene poco menos de 10 metros de altura; fue colocada en el lado noreste de la Plaza, frente al retrato de Mao Tse-tung, líder y constructor del régimen comunista. Por un momento se pensó que la presencia pública de Confucio significaba un acuerdo de paz entre la antigüedad y la modernidad chinas.
El desarrollo económico y político de los chinos fue una ruptura con tradiciones milenarias. En un país sin industrias, los impuestos se aplicaron durante centurias a los productores agrícolas. Mientras en Europa los gobiernos subsidian a la agricultura, en China es ahora cuando se libera de impuestos a los agricultores. La celebérrima revolución cultural, durante los años 1966-1976, dejó profundas huellas en las actitudes de los dirigentes chinos. La radicalización marxista leninista los empujó a denostar sus pensadores del pasado. Confucio fue proscrito junto con muchos otros sabios, poetas e historiadores tradicionales.
La estatua de Confucio ha desaparecido sin que se sepa hasta ahora si ha sido trasladada a un museo o llevada a un jardín distante. Una estatua tan grande difícilmente podría ser robada; más difícil aún en un régimen totalitario como el de la China actual. Sin embargo, algunos periodistas occidentales esperaban que los cambios económicos en China y su acelerada industrialización, permitieran la rehabilitación social de Confucio; que dejarían de considerarlo un ideólogo del feudalismo.
Nos parecería una locura suprimir a Platón o a Aristóteles por haber tolerado la esclavitud, por no conocer el primer tomo de El Capital, ni la mecánica cuántica. Los chinos adoptaron una teoría alemana: el materialismo histórico, que les condujo al desprecio de su propia historia. Actitud antihistórica que, aparentemente, iba a ser enmendada. El secuestro de Confucio pone en entredicho las esperanzas de aperturas liberales. En Cuba, durante el VI Congreso del Partido Comunista, Raúl Castro ha dicho que para salvar la revolución habría que transformarla. Castro nos propone dos oximorones: socialismo sin subsidios; capitalismo sin mercado.