A PLENO PULMÓN
Sociedad despatarrada

A PLENO PULMÓN<BR>Sociedad despatarrada

Antiguamente muchos europeos opinaban que los habitantes de las Antillas eran simpáticos, serviciales, dicharacheros.  De gozones buscafiestas nos calificó un alemán sobreviviente de la Primera Guerra Mundial.  “Se quedó a vivir” en Santo Domingo, a comienzos del trujillato, porque vio que las mujeres de entonces se bañaban desnudas en los ríos del Cibao; primero exprimían y lavaban la ropa y luego se bañaban ellas.  Entonces se agachaban graciosamente frente a un fogón de tres piedras, al borde del río, a cocinar para los maridos, los hijos, los vecinos y hasta para algunos curiosos que se acercaran al “locrio” de arenques.

El alemán vendía arenques en los almacenes de comestibles; además, no quería volver a la guerra.  También negociaba con clavos y tornillos en las ferreterías de Santiago y Puerto Plata.  Le gustaba facilitar “clavos de techos” para reparar chozas.  Regalaba cajas vacías de los empaques, con las cuales los campesinos “mejoraban” los corrales de gallinas y los “rejones” para chivos.  El alemán supuso que había llegado a un edén tropical, con chubascos periódicos, mucho más atractivo que los paraísos pintados por Durero o Masaccio.  Más tarde descubrió que en esos paraísos – al óleo o al fresco – del renacimiento no existían mosquitos ni paludismo. 

Poco a poco se fue enterando de que los alcaldes “jugaban gallos”; de que la policía rural daba “macanazos”.  Una mañana tuvo “la revelación” del andullo “bien cortado”, conoció el cachimbo de barro, supo de la peligrosidad del “agua de tinaja”.  Lo más terrible ocurrió cuando el alemán oyó explicaciones sobre el uso de un cuchillo llamado “lengua de mime”.  Después escuchó consejos sobre “el trasmundo”.  Le recomendaron tener cuidado con los “galipotes”.  Los galipotes podían convertirse, de un momento a otro, en tocones de árboles o en puercos cimarrones.

–¿Por qué un país tan bonito como la RD está siempre despernancado, con “el culo en la ceniza”? preguntó una vez un cliente del alemán en La Vega.  –No puedo saber eso; a menos que me lo digan los propios habitantes de esta isla.  –Es una combinación de malas costumbres, explicó el vegano.  Los políticos roban mucho, los hombres beben demasiado ron, las hamacas prolongan las siestas hasta bien tarde.  Trabajar es “castigo de buey”.

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