A PLENO PULMÓN
Sociólogo predicador

A PLENO PULMÓN<BR>Sociólogo predicador

Hay momentos en que el hombre común de nuestra época se repliega sobre si y pregunta: ¿Dios mío, será posible seguir viviendo “en esta forma” durante más tiempo? ¿Cómo podré aguantar tantas frustraciones, amenazas, carencias, dificultades? ¿En qué clase de mundo tendrán que habitar mis nietos? Estas “preguntas ingenuas” afloran a muchos labios mientras escribo estas notas.  Mi buen amigo Rafael Acevedo escribió ayer un artículo en el diario “Hoy”.  Es un escrito que empieza como sociólogo y concluye como predicador.  En la primera parte nos dice: “Una de la consecuencias de la globalización es que las guerras del futuro […] serán abarcadoras de todo territorio y aspecto de la vida humana.”

Afirma Acevedo que “con la desaparición de las ideologías y la apertura-captura de los mercados, y con la mundialización de los medios informáticos, cibernéticos y mercadológicos, los niveles de conflicto y corrupción a que hemos llegado demuestran el craso fracaso del Estado-sociedad, de sus sistemas y mecanismos institucionales, de los elementos formales e informales de la persuasión y el control social de los cuerpos de seguridad y del orden público, y de las acciones diplomáticas y civilistas.  La guerra entre los grupos de interés hegemónicos del planeta será cada vez más abierta y desaforada…”.

Después de ese diagnóstico de la situación social  y económica del mundo actual cabría esperar una terapia también social o económica, tal vez política.  Pero no es así; Acevedo menciona las reglas sanitarias impuestas a los judíos por el patriarca Moisés durante el Éxodo;  y cita cartas de San Pablo dirigidas a efesios y romanos en los albores del cristianismo.

En todos los tiempos la impotencia de los hombres frente a “situaciones cerradas”, catástrofes sociales o de la naturaleza, les lleva a asumir actitudes extremas.  La desesperación y el suicidio es una de ellas; el nihilismo, la drogadicción, son otras dos.  También pueden optar por convertirse en depredadores o en terroristas.  El pavor –dice Ortega– hace al hombre “torpe de mente y moción”, lo “frenetiza y envilece”.  Ninguno de estos caminos puede conducirnos a un puerto seguro donde reconstituirnos psíquicamente.  Solamente la vía religiosa ofrece la serenidad que nos libera de la tensión y nos permite superar el descalabro.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas