El hombre es un animal gregario; desde la más remota antigüedad vivió en grupos. El parentesco, la cooperación indispensable para cazar bestias silvestres con qué alimentarse, llevaron las primitivas comunidades humanas a formar clanes, fratrías, manadas. Los antropólogos de las últimas décadas se han empeñado en estudiar tribus salvajes de la Polinesia, a fin de aclarar o desentrañar los complejos problemas sociales propios de Londres y Nueva York. Naturalismo y sociologismo están vinculados desde el siglo IV antes de Cristo, quizás desde muchos años atrás. La versión de que el hombre es animal político nos viene de Aristóteles.
Para Aristóteles político significaba, en primer lugar, de la polis, esto es, de la ciudad; perteneciente a la organización social o comunitaria llamada polis; miembro de la antigua ciudad-estado. (La ciudad antigua es el nombre del libro clásico de Fustel de Coulanges donde él estudia la polis griega y la urbs romana). Aristóteles utiliza la expresión animal refiriéndose, inequívocamente, a la vida natural. No hay manera de escapar de los problemas sociales que nos envuelven. La vida social nos circunda, invade y configura. Desde la realidad colectiva que es el idioma, hasta la moneda de curso legal, los usos y costumbres.
Lo público y lo privado son dos ámbitos de nuestra vida antitéticos y complementarios. Si usted no participa de la vida publica y se limita a ocuparse de su vida privada, cercena así una porción fundamental, tanto de su persona como de su sociedad. Aunque usted no sea político de profesión, ni aspire a un cargo electivo en el municipio donde nació, actúe, opine, ejerza sus derechos de ciudadano. Mientras menos participación tenga, más incomoda le harán la vida privada los malos políticos de su país. Afronte algunos riesgos inevitables. Quien forma parte de una multitud se expone a ser empujado o zarandeado.
La dulce vida privada empieza con la presencia de los seres queridos, de los amigos predilectos; incluye la música que nos gusta, platos sabrosos que digerimos durante la siesta. La soledad de lo privado permite trabajar en tareas vocacionales gratificantes. Pero participar en los conflictos de aquellos que no amamos funciona como un tóxico atenuado, anticuerpo protector del disfrute pleno de lo privado.