Un buen día los sombreros canotier dejaron de usarse. Si algún vejete salía a la calle con un sombrero de ese tipo era mirado como una pieza de museo, mero residuo de anticuadas costumbres. -¡Ahí va ese hombre con un sombrero hecho de tortas de cazabe! gritaban los niños en la etapa terminal del canotier. Así ocurrió con el sombrero de fieltro tradicional; el Presidente Joaquín Balaguer no se conformaba con dejar de usarlo; lo llevaba siempre en la mano, en un acto de tozudez o rebelión: -no lo puedo colocar en la cabeza, pero tampoco lo abandonaré, parecía expresar. -¡Cómo voy a salir a la calle sin sombrero!
Las costumbres comienzan y terminan, no sabemos bien cómo ni cuándo; repentinamente, caemos en la cuenta de que ya no se usa el sombrero o los breteles o la leontina; y se acabó. Pasa igual con los zapatos de dos colores. Llega el día en que se ven mal porque nadie los usa. Antes se veían bien porque todos los llevaban. Las costumbres políticas son mucho más persistentes; una vez instaladas en las sociedades se incrustan como lapas en las rocas del mar. No podemos despojarnos de ellas igual que de un sombrero, unos breteles. Algunas son más ridículas que el rígido sombrero canotier.
Deseo Intensamente que algunas ingratas costumbres políticas dominicanas empiecen a declinar. Ciertas frases sacramentales de los comunicados políticos se emplean con dos fines principales: para ofrecer apoyo incondicional a las iniciativas de los dirigentes de nuestro partido o para hacer público nuestro más enérgico repudio a los infundios de los enemigos jurados del orden establecido. Desde la época de Trujillo esta retórica no ha cambiado un ápice. O apoyo incondicional o, por el contrario, el más enérgico repudio.
Pasamos la vida entre apoyos incondicionales y enérgicos repudios. Ese es el tono y el sentido de la mayor parte de los artículos políticos que aparecen en nuestros diarios. Y es la causa de que una porción considerable de los problemas no puedan resolverse: o la adhesión es incondicional o se trata de un repudio radical. Sueño con que los apoyos tengan condiciones razonables; y con que las diferencias de opinión no sean inmundos repudios.