A PLENO PULMÓN
Taponamiento histórico

A PLENO PULMÓN<BR>Taponamiento histórico

Siempre me ha parecido muy importante determinar en qué asuntos están de acuerdo los dominicanos.  Las cosas que los separan o dividen también son dignas de tomarse en cuenta.  Pero las diferencias de criterio, los intereses económicos contrapuestos, las disonancias ideológicas, deben considerarse “problemas normales” en cualquier sociedad.  Todos los pueblos del mundo tienen luchas entre grupos y clases sociales.  Sin embargo, por encima de esas pugnas, existe una ancha franja de cohesión o aglutinamiento colectivo.  Tener nación es disfrutar de un acuerdo general sobre cuestiones básicas.  Es imposible que pobres y ricos, débiles y fuertes, educados e ignorantes, tengan opiniones políticas coincidentes.

 Aunque no se adscriban a los mismos partidos, ni actúen en los mismos clubes, los habitantes de cada país están unidos por las costumbres, la lengua, la historia, la cocina.  Todo eso forma un substrato o suelo firme sobre el que se afirma la convivencia.  De ahí procede la concordia interna de los pueblos; y de ahí surgen sus proyectos colectivos nacionales.  ¿Podríamos identificar con precisión los puntos del acuerdo esencial entre dominicanos mediante una encuesta?

 Este problema no parece importar a nuestros líderes políticos.  Solamente unos pocos educadores se han interesado en ese tema.  En el año 2003, escribí acerca del “sobresalto y desaliento” que esta situación produce.  “Los periódicos publican cada semana algún episodio del sainete que es “la lucha contra la corrupción”.  Los dominicanos ya saben que se trata de un regateo entre partidos para negociar acuerdos políticos.  La amenaza de la prisión es un “recurso de ablandamiento”.  Al final, todo queda en agua de borrajas”.

“Cuando un hombre decente se ve obligado a acudir a los tribunales sufre la tortura más refinada del satanismo burocrático dominicano,  entre abogados, fiscales y jueces, se le escurrirá la vida.  Un proceso puede prolongarse durante años.  Poco a poco, el hombre común llega a la conclusión fatalista de que “no hay nada qué hacer”.  Nuestra sociedad “no tiene arreglo”, exclamará desalentado, reeditando así la tradición pesimista de nuestra historia republicana. Pierde la fe en la posibilidad de organizar la vida colectiva.  El único camino hacia la curación es explicar –en la escuela– cómo y por qué ha ocurrido ese espantoso taponamiento histórico”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas