Comienza un nuevo año. Muchísimas personas esperan que nos traiga cosas nuevas. Y lo dicen con rebosante optimismo. Sin duda, ocurrirán cosas nuevas que no habían ocurrido antes. Algunas de ellas serán buenas, agradables, esperanzadoras. No es aventurado pensar que también incurriremos en errores de conducta parecidos a los cometidos el año pasado. El hombre es un animal repetitivo: come, duerme, trabaja, fornica, pelea, una y otra vez; gira siempre alrededor de los mismos problemas como los planetas dan vueltas en sus órbitas. Los optimistas tienen razón: surgirán mejores oportunidades de negocios y, en general, podrían venir tiempos más felices.
Los pesimistas también tienen razón. Hace décadas que chapoteamos en un mar de dificultades. Y continuamente se frustran las esperanzas de que podamos disponer de más seguridad en las calles, de más justicia en los tribunales, más educación en las escuelas, más energía en el tendido eléctrico, de más empleos en las empresas. La tensión entre optimistas y pesimistas determina el nivel de las expectativas sociales. De las personas muy tristes se dice que los llama la tierra: o sea, que llaman la muerte con su propia tristeza. Sobre la alegría se afirma lo contrario: preserva la salud y prolonga la vida.
Los optimistas suelen ser alegres; y los pesimistas que no son tristes son, en cambio, embrollados, poco dispuestos a realizar esfuerzos adicionales para alcanzar metas colectivas. Estiman que no vale la pena luchar tanto para que, al final, todo termine mal. Están vencidos de antemano; perdidos antes de comenzar la batalla, sería la expresión adecuada. La terrible tradición pesimista dominicana reclama un trabajo que arranque desde la escuela elemental. Flotamos en una atmósfera desalentadora que procede de una vieja visión política y antropológica.
El mejor deseo de año nuevo que cabe promover para uso de dominicanos es que el desaliento sea erradicado de nuestra sociedad mediante un programa de educación; que nos aclare por cuales razones históricas, políticas, sociales o económicas, hemos llegado a ser como somos. ¿Algún político logrará despertar en los dominicanos la esperanza en una vida mejor. Santana, Báez, Lilís, Trujillo, no son las únicas opciones valederas. Tampoco es obligatorio adaptarse al desorden social, al reino pleno de la anarquía.