A PLENO PULMÓN
Teatro de la ciudad

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El tema de las “lealtades colectivas” preocupa cada vez más a sociólogos, historiadores, politólogos.  Sin los “sentimientos unitivos” que mantienen viva la cohesión social, es imposible realizar cualquier empresa común, sea política, educativa, de salubridad, de simple organización del transito de carreteras.  Esos sentimientos aglutinantes tenían antiguamente un carácter “identitario”, conectado con el patriotismo.  Idioma, religión, costumbres, territorio, trabajo, llevaban derecho a la defensa “de lo nacional”.  Estos viejos resortes comunitarios parecen haberse aflojado.  Intereses “individuales” han gravitado de manera permanente sobre todos los hombres.   Pero siempre existió una diferencia  clara entre “lo publico” y “lo privado”.

 Al exámen de este destructivo fenómeno social dediqué algunos ensayos durante los años 2004 y 2006; de uno de ellos copio estos párrafos: “En las grandes ciudades la convivencia es tangencial, apenas un rozamiento en el tranvía, en  el ascensor del “building”, en el “grocery”.  La mayor parte del tiempo libre de obligaciones laborales transcurre [para el hombre común] en soledad.  En la soledad del televisor, del apartamento, o del automóvil en que ha de recorrer grandes distancias para llegar al consultorio médico, a la universidad, al centro de trabajo, a la tienda por departamentos.  El viejo equilibrio entre lo público y lo privado se ha roto o diluido”.

 Países “en vías de desarrollo” caminan en esa dirección, imitando modelos extranjeros de manera superficial.  “Los Estados Unidos han constituido un Estado pluriétnico pero no multinacional.  Las minorías culturales de los EUA se han integrado al famoso “melting pot”.  En dicho país existe “lealtad a la nación”.  Por encima de las discrepancias políticas acerca de la conducción del Estado está la lealtad a una nación pluriétnica.  La vieja Unión Soviética, el desaparecido imperio otomano, fueron organizaciones estatales multinacionales.  En los EUA, la lealtad a la nación permite la discrepancia razonada sin quebrantamientos de la unidad ni del orden político”.

 Nuestro sistema político democrático experimenta hoy enormes dificultades para defenderse de la delincuencia, sea “oficial” o “privada”.  “Es muy difícil combatir la corrupción –por medios democráticos- sin que exista una común conciencia moral del deber, sin lealtades generales a la nación, sin que el consumidor económico sea también un ciudadano, esto es, un protagonista en el teatro de la ciudad”.

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