La muerte del caricaturista Harold Priego enluta todo el periodismo dominicano. No sólo porque sus producciones de muñecos abarcaban casi todos los diarios de circulación nacional. También porque desde el lado del humor gráfico Priego cumplió una función editorial de primer rango. La gracia, unida al atrevimiento y al ingenio, es una combinación infrecuente en muchas actividades profesionales. Pero mucho más en el periodismo, donde las presiones y amenazas juegan un papel tan importante como el acomodamiento político, la conveniencia económica y la cobardía. Harold Priego pulsaba cada día los temas del abuso de poder, del enriquecimiento ilícito, la desvergüenza de tantos dirigentes políticos.
Digo que los pulsaba por analogía con el arte de tocar la guitarra. El guitarrista debe digitar con una mano y pulsar con la otra; ha de hacerlo al mismo tiempo y con precisa coordinación. Priego compendiaba maravillosamente las visiones populares con los conceptos del derecho, nuestros antecedentes históricos y la sensatez política. A esta simbiosis hay que añadir la expresividad de los muñecos mismos. Hasta el excluido tema de la creciente inmigración haitiana, fue abordado repetidas veces en las caricaturas de Harold Priego. Lo hizo con responsabilidad ciudadana y espíritu patriótico. Pocos periodistas y politólogos tienen la osadía de opinar sobre este problema, tan básico como controversial.
No es la primera vez que me refiero en esta columna al trabajo editorial de Harold Priego. Varias veces he mencionado esa labor catártica para la sociedad dominicana, que descongestiona la indignación, el rencor y la frustración, a través del humor y el ingenio. No hay que esperar a que un hombre muera para reconocer sus méritos cívicos o la calidad de su trabajo. Él tenía plena conciencia del significado y la misión de cada uno de sus muñecos.
Aprovechaba situaciones ridículas de nuestra política, hilarantes o estúpidas, para lanzar una cápsula llena de sentido, de captación inmediata para ignorantes y cultos. Es claro que sus personajes principales son Diógenes y Boquechivo; pero la elegancia ostentosa y vulgar de Tulio Turpén retrata de cuerpo entero al funcionario enriquecido, hedonista y fanfarrón, que disfruta de prolongada y completa impunidad. Priego contribuyó más que cualquier psiquiatra a nuestro equilibrio emocional. ¡Descanse en paz!