El escritor dominicano Miguel Ángel Monclús dice que nuestra Constitución es una especie de tereque. Añade que tereque es un término más adecuado que cachivache para designar una cosa que no sirve, que incomoda a veces, y cuya razón de ser no se explica. En la época en que Monclús escribió El Caudillismo en la República Dominicana, esa voz no aparecía en ningún diccionario. En algunos momentos de nuestra historia los políticos se referían a la Constitución llamándola el tereque ese. A pesar de no cumplir con sus preceptos, a los mandatarios del siglo pasado solía preocupar el texto constitucional y lo hacían y rehacían. Pedro Santana hizo y rompió seis constituciones; Buenaventura Báez hizo y cambió cinco cartas fundamentales.
Cabral, González, Luperón y Guillermo, apañaron dos constituciones cada uno; y luego las cambiaron a su conveniencia cuando llegaron a incomodarle. Hemos tenido treinta y cinco o treinta y seis constituciones en ciento cincuenta años de vida republicana. Con poco o ningún provecho para el orden institucional de la nación. Según parece, tereque es un objeto de poco valor que puede arrojarse en un desván; o, por el contrario, desempolvarse y adaptarse para diversas finalidades, como mueble de ocasión. En los almacenes de utilería de los teatros existen tereques de todas clases, que son usados en el montaje de dramas, tragedias y comedias. Sirven siempre a los directores de escena.
La famosa Constitución de Filadelfia, que estableció el ordenamiento político de los EUA en 1787, está vigente desde hace 214 años. Es ese lapso han tenido veinte y cinco enmiendas, sólo unas pocas de importancia capital. Cada enmienda obedecía a una necesidad pública real, y al formularlas se cumplió con todos los requisitos procedimentales. De ahí procede la seguridad jurídica de los EUA.
Ojala que los políticos dominicanos de hoy reaccionen contra de vieja tradición de modificar el tereque constitucional, cada vez que estorba a un candidato presidencial. A los revueltos tiempos de Concho Primo se les ha llamado también época mandibularia, porque entonces todo se resolvía con mordiscos y bayonetas. Pero las causas del desorden social arrancaban de que los caudillos pretendían ser ley, batuta y constitución. (Pecho y Espalda; junio 9 de 2002).