En la República Dominicana hay pocos lugares donde usted pueda poner los ojos y no encontrar cosas que dejen mucho que desear, como decían las abuelas. El abismo entre lo ideal y lo real es en nuestro país cada vez más profundo. Aun teniendo presente aquello de que la perfección no existe, deseamos que los asuntos públicos sean menos imperfectos, que haya algún plan para intentar mejorarlos. La experiencia social de los últimos años nos indica que todo tiende a agravarse. El ascenso de la criminalidad es patente en barrios pobres y zonas residenciales. La impunidad de los delincuentes es hoy un tema frecuentísimo en charlas de sobremesa.
Las autoridades policiales no inspiran confianza a la población. Todas las semanas leemos noticias acerca de militares y policías vinculados con robos y atracos. Varios exdirectores del DNCD están enzarzados en una discusión sobre la poquísima eficiencia de la institución encargada de controlar el narcotráfico. Muchas personas han expresado abiertamente que ese organismo ya no tiene arreglo. Este dictamen pesimista se extiende, lentamente, hasta abarcar la totalidad del territorio nacional. No se controla el cólera, ni la migración de haitianos, ni el contrabando de mercancías, sea fronterizo o aeroportuario; ni siquiera las motocicletas que circulan se registran debidamente. Casi todas andan sin placa.
Pero lo peor es que no existe respeto alguno por los partidos políticos. Actualmente los partidos son entidades entre las cuales se ha desvaído o borrado todo distingo ideológico o de procedimiento. Los dirigentes saltan continuamente de una organización a otra. Pueden ser recibidos con calurosos aplausos o expulsados sin motivos que lo justifiquen. Sin embargo, la falta de credibilidad y de genuino entusiasmo, no estorba la militancia forzada o interesada.
No deseo entrar en el examen de problemas económicos y administrativos que padecemos desde hace décadas. Solo me interesa destacar dos asuntos que podrían complicar la vida política de los dominicanos: el alto precio del petróleo y el riesgo de crisis financiera internacional. Para sacudir la inercia de la sociedad dominicana, la pasividad con que aguantamos ese cúmulo de desordenes y abusos, será necesario que surja un nuevo liderazgo: un grupo de atrevidos que no vacile en llamar las cosas por su nombre.