Hay muchísimos dominicanos inconformes con el estado de cosas reinante en nuestro país. Les desagrada el desorden en el tránsito de vehículos, la irregularidad en el suministro de energía eléctrica, el costo del servicio. Ahora la sequía añade el problema de la escasez de agua potable. Tránsito, energía, agua, son asuntos a los que no hemos ido acostumbrando lentamente; los problemas están ahí; nuestra irritación puede no expresarse; pero el disgusto queda latente. Sin embargo, existen otros desagrados mayores que incrementan la inconformidad de los dominicanos.
Ejemplo: la delincuencia sin contención, cada vez más generalizada y ostensible. En todas partes hay delincuencia; por eso existen tribunales, cárceles, policías. También en todas partes podemos encontrar autoridades, civiles o militares, en connivencia con criminales. En nuestro país parece que la asociación de malhechores es mucho más estrecha u orgánica que en otros lugares del mundo. A los políticos parece no importarles el auge de la delincuencia, que juzgan algo inevitable, inseparable de la vida colectiva. Combatir la delincuencia es para ellos una tarea inútil.
Los dirigentes de partidos políticos se enriquecen rápidamente, mediante contratos ventajosos, negocios privilegiados que cursan a la sombra del poder. El hombre común piensa que ventas de terrenos del Estado, compras del gobierno, contratos sin licitación, no producen fortunas tan grandes en tan poco tiempo. Sospechan que algunos funcionarios son socios permanentes de lo que llaman el crimen organizado. El cardenal-arzobispo de Santo Domingo ha dicho que el muy buscado Figueroa Agosto goza de protección, lo mismo en Puerto Rico que en la República Dominicana.
La inseguridad en que se vive hoy es una situación nueva. No se trata de que un jovenzuelo, desde una moto, arrebate un teléfono celular, el bolso de una señora; no es que dos asaltantes armados te quiten la billetera, te roben el automóvil. Nada de eso; ya tenemos sicarios que contratan asesinatos pagaderos a plazos; los hay de 20 años. ¿Puede haber asesinos a sueldo que no hayan alcanzado la mayoría de edad? Sabemos de un malhechor que retribuyó al sicario con moneda falsa. Concluido el encargo, el sicario puede exigir nuevo pago y atesorar moneda falsa. Vivimos actualmente en una verdadera trampa de ratones.