A PLENO PULMÓN
Tres espantajos políticos

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Los dominicanos “saben perfectamente” lo que no les gusta de la política de su país.  Lo saben bien, aunque a veces lo oculten por conveniencias sociales o económicas.  Son numerosos los dominicanos que se adaptan a los usos políticos vigentes, porque no tienen la posibilidad de modificarlos.  Se dicen: puesto que no podemos cambiar las cosas, lo mejor es seguir la corriente; prefieren no ir contra una avalancha.  Pero en su interior lo lamentan; o les causa profundo disgusto.

Los dominicanos “saben a medias” algunas cosas que podrían convenirles, social y políticamente.  Las intuyen de manera incompleta porque nunca han tenido oportunidad de vivirlas.  Sospechan que es posible mejorar la convivencia de muchos modos; desean, ingenuamente, sin hacerse muchas precisiones, que haya menos burocracia, menos delincuencia, menos corrupción administrativa.  Sin embargo, “desconocen totalmente” los esfuerzos y estrategias que es necesario desplegar para que ocurran cambios sociales exentos de violencia.

Un dominicano capaz de trabajar ordenadamente en cualquier empresa, sea de negocios, de carácter político, o de servicio publico, generalmente  teme a “los cucos de la derecha”,  que estigmatizan la mera mención de injusticias o abusos remediables.  Se aterroriza también al oír “los cucos de la izquierda”, que llaman “reaccionario”, “enemigo del pueblo”, a todo aquel que no asuma actitudes radicales.  Por eso, dominicanos inteligentes, bien preparados para organizar proyectos de acción social, han llegado a ser poco menos que paralíticos.

“Para ser político se requiere ser un ‘tiguere’ de la Malasia”.  Esta frase es blandida como un garrote contra personas valiosas que, por momentos, se atreven a participar en los conflictos políticos.  Se utiliza ese argumento para “espantar” con el “tercer cuco inhibitorio”.  Además de la intolerancia de izquierda o de derecha, los “cadetes políticos” deberán luchar con la falta de escrúpulos, las trampas, las maldades, negocios turbios, calumnias, ardides, de los políticos experimentados, “curtidos en todas las galleras”.  La renovación del liderazgo político dominicano –y de los partidos- exige que esos tres “espantajos” sean desafiados, abiertamente, a la mayor brevedad posible.  Remover dichos temores podría ser una hermosa tarea para nuestros educadores; también un reto para la “juventud desencantada” de la República Dominicana, que “critica sin esperanza” y no actúa con el arrojo suficiente.

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