A PLENO PULMÓN
Trincheras mentales

A PLENO PULMÓN<BR>Trincheras mentales

El “encuevamiento físico” suele explicarse como reacción defensiva “del instinto de conservación”. La gente opta por resguardarse de peligros ante los cuales no puede hacer nada.  Meterse en la casa es un acto “automático” de protección, un mero impulso “natural”.  Pero a la “encuevación” física puede seguir el atrincheramiento mental.  La persona “encuevada” se convierte él mismo en objeto principal de todos sus cuidados.  Desatiende la realidad social en torno –una realidad desagradable que preferiría anular si eso fuera posible-, y construye entonces mundos imaginarios en los cuales no penetran los demás.  El “encuevado” tiende a desvincularse de cualquier actividad cívica, política o meramente comunal.

“Yo no tengo nada que ver con todo esto”, se dice, una y otra vez; “si vivimos rodeados de delincuentes y la impunidad está prevista, no debo participar en un juego colectivo en el que siempre pierdo”.  ¿Dónde van a parar los impuestos que pago? ¿Por qué los acusados de traficar con drogas consiguen tan rápidamente su libertad?  Las mil quejas acerca del desorden en el tránsito de vehículos, de los altos precios de los comestibles, sirven para “confirmar” la necesidad de aislarse de tantas cosas “ingratas”.   Los ciudadanos desertan así de sus obligaciones y dejan el escenario en manos de quienes ellos rechazan rotundamente.

No es fácil cambiar las actitudes “absentistas” de muchos que se sienten “fuera del juego”.  El mundo es hoy una pelea de perros que no está  dividida en “rounds” o asaltos, como ocurre en el boxeo deportivo organizado.  La lucha es continua; sin tregua posible; y, además, desigual; puede subir al “ring” un peso pesado a pelear con un peso mosca.  Esta es una de las causas del “atrincheramiento”.  Los ciudadanos han corrido al burladero para evitar cornadas de toros bravos e irresponsables que, habitualmente, son dueños del ruedo político.

La insolidaridad es otro motivo del “repliegue de la vida pública” en hombres y mujeres de la clase media.  “No quiero meterme en un berenjenal”, se oye decir a menudo, también: “¿qué gano yo con entrar a pelear con esos “tigueres”… si nadie me apoyará”.  Cada “encuevado” es una partícula solitaria de la sociedad.  No se conecta con el prójimo.  Está condenado a eternas lamentaciones.

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