A PLENO PULMÓN
Un animal empecinado

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Un animal empecinado

Está visto que cuando un régimen político llega a ser odiado por el pueblo su caída es inevitable.  Sin importar cuantos años tenga en el poder, ni cuan cruel sea quien lo encabece, se vendrá abajo inexorablemente.  La represión, armada o mediática, puede prolongar la agonía a base de sangre, mentiras, argumentos retorcidos.  Después de un largo periodo de padecimientos para el pueblo, los gobernantes odiados encuentran la cárcel, el exilio o la muerte violenta.  Así ha ocurrido en toda la historia.  Trujillo instauró una maquinaria de terror con el Servicio de Inteligencia Militar (SIM).  No pudo evitar que le alcanzaran las balas el 30 de mayo de 1961.

 Los crímenes y torturas que ahora se exponen en el Museo de la Resistencia, no fueron suficientes para librarlo de la muerte.  La reciente experiencia de Hosni Mubarak en Egipto, no sirve de advertencia a otros gobernantes dictatoriales de la región. El caso de Muamar Gadafi en Libia, ilustra, con lujo de detalles, el empecinamiento de los dictadores.  Mubarak ha sido presentado en los tribunales dentro de una jaula, tendido en una camilla; Gadafi fue descubierto oculto en una cañería de desagüe.  Murió asesinado por turbas enfurecidas.  Bachar el-Assad, añejo dictador de Siria, está empeñado en masacrar a todos los ciudadanos que se opongan a su gobierno.

 No ha caído aún el Presidente de Siria porque se han interpuesto los intereses de grandes naciones: EUA, Rusia, China, forcejean buscando “mejores condiciones” para un cambio de gobierno en aquel país.  Mientras tanto, la población sufre toda clase de atropellos.  Finalmente, las posiciones de Rusia y de los Estados Unidos, no impedirán la caída de el-Assad.    Militares y civiles, empresarios y religiosos de Siria, no podrán continuar una batalla absurda; cuanto más se prolongue, más espanto y odio producirá.

 Un gran número de tiranos, acosados por los pueblos, declaran: jamás abandonaré el poder; moriré luchando dentro del palacio; nunca saldré de mi país.  Todas esas bravuconadas concluyen del mismo modo: en fracasos estrepitosos o en ridículas huidas.  Los gobernantes terminan por creer que son propietarios o árbitros de las vidas de los subordinados.  El poder político sin límites legales es una droga que los convierte en animales empecinados.

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