A PLENO PULMÓN
Un animal nombrador

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Un animal nombrador

La función social de la palabra constituye un tema milenario.  Los primeros versículos de Génesis están dedicados a los días primerizos de la creación.  Montones de veces hemos oído citar el polémico Evangelio de San Juan: “En el principio era la palabra, y la palabra estaba ante Dios, y la palabra era Dios.  Ella estaba ante Dios en el principio.  Por ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin ella”. Es posible que: “en el principio era el verbo” sea solamente una manera indirecta de decirnos que toda creación parte de la palabra.  El hombre, según piensan los poetas, es “un animal nombrador”.  Antes de que exista una flecha o una lanza es preciso concebirla.

Concebir una idea y formularla en palabras es como trazar un plano para construir un edificio.  El arquitecto elabora un proyecto gráfico, ideal, verbal, para levantar con piedras una vivienda real.  Platón dedicó un famosísimo diálogo al problema de la relación de las cosas con las palabras que las nombran o designan.  Los sofistas fueron los primeros “razonadores profesionales”; para discurrir usaban palabras.  Los oradores, políticos o académicos, confían en el poder persuasorio de la palabra hablada.

Del “poder de la palabra” disertaban los retóricos de la antigüedad.  Ellos han clasificado figuras de dicción, estratagemas lógicas, efectos dramáticos, instrumentos con los cuales aspiraban a convencer auditorios reticentes e incrédulos.  Los publicistas de hoy también crean procedimientos para captar la atención de posibles compradores, clientes, prosélitos.   Con imágenes acompañadas de palabras podemos educar, adoctrinar, nutrir,  salvar, envenenar,  matar.  Con palabras de la lengua se redactan poemas y plegarias, bendiciones y maldiciones.  No se olvide que vivimos rodeados de palabras por todas partes: libros, periódicos, radio, TV.

Los predicadores religiosos pronuncian sermones conmovedores, algunos de ellos memorables.  Mediante el uso adecuado de la palabra un predicador es capaz de lograr efectos inesperados.  Ese es el caso de los famosos sermones de fray Antonio Montesinos, en el siglo XVI.  Encargado por el jefe de su orden, este sacerdote defendió a los indios de América de los abusos de los conquistadores.  Quizás ese haya sido el comienzo del Derecho de Gentes, semilla de la cual brotó el Derecho Internacional Público contemporáneo.

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