A PLENO PULMÓN
Un autista de azotea

A PLENO PULMÓN<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2011/01/DF5922D5-F915-45F1-9ECD-9FD593E28BC9.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=313 data-eio-rheight=390><noscript><img
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Tenía dos años sin salir de su apartamento.  Vivía en el piso 12 de una torre desde cuyas ventanas veía el Mar Caribe, al Sur, otras torres al Este y al Oeste, y por el Norte el tránsito continuo de vehículos en una de las principales avenidas de Santo Domingo.  ¿Por qué decidió enclaustrarse de ese modo?  No tenía ningún motivo económico para hacerlo, no estaba  enfermo, ni viejo, ni baldado.  La madre lo visitaba todas las semanas y le pedía que saliera a visitar amigos, que no se quedara tanto tiempo en la casa. “Eso no es saludable”, repetía la madre.

–No siento necesidad de salir a ninguna parte respondía el hijo a su madre.  Todo lo hago por teléfono; por la red de Internet pago cuentas, compro alimentos, ropa, zapatos.  Los beneficios de mis inversiones los acreditan a mi cuenta corriente.  Me ejercito en la azotea mientras oigo música o veo la televisión. 

Cualquier  reparación en la casa la resuelvo dando el número de mi tarjeta de crédito.  Vienen, arreglan las cañerías,  el calentador, la lavadora; la factura llega por correo electrónico; yo autorizo pagarla y se acabó. 

La madre no quedaba satisfecha.  –¿Qué tendrá mi hijo?  ¿Estará loco?  Siempre fue normal, hacía muchos chistes, conseguía novias bonitas, nunca tuvo problemas escolares.  ¿Qué le pasa ahora? ¿Sufrirá alguna fobia?  ¿Habrá cogido miedo de ver la gente?  Le oí decir: “abajo matan varios todos los días, asaltan a todo el mundo, nadie está a salvo”.  Después de mucho pensarlo, la madre llamó a la trabajadora doméstica “para informarse”. 

 –¿Martina, dime que está comiendo mi hijo en el desayuno?  –Oh, lo que se come en todas partes: pan, leche, huevos, café, plátanos, queso.         –¿Y de noche, que hace él dentro de la casa?  –Escribe en una computadora “de manzanita” durante horas y horas.  –¿Y qué más?  –No se lo diga al señor, pero él mira mucho por un telescopio.  –¿Está mirando la luna?  –No señora; un día entré al cuarto a recoger y puse el ojo en el tubo; apunta directamente al baño de la vecina.  –¿Quién le visita?  –El mensajero de las películas alquiladas.  –¿Películas?  –Sí, son películas de hombres y mujeres retozando encueros.

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