A PLENO PULMÓN
Un caño de la ubre

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Un caño de la ubre

La política tiene “un formato básico permanente”, según afirma cierto personaje novelesco.  Lo único importante de la política es saber si conviene “a las mayorías”, a los hombres “de la calle”.  Si podrán, finalmente, mejorar su educación, su salud; si serán más estables los empleos disponibles; si rendirá más el “salario real” frente al “alza de los precios”, como dicen los economistas.  También es importante saber si un régimen político respeta la vida y las libertades públicas.  Todo lo demás es accesorio, subsidiario, complementario o insignificante.

 Una gran parte de los jóvenes de los años sesenta y setenta esperaba de la política bastante más de lo que ella puede ofrecer.  Se hacían ilusiones.  Hablaban tajantemente: “ese no es un desarrollo posible”; “las leyes de la historia son inexorables”; “al final se impondrá una solución racional”; “el hombre avanza a pesar de todos los obstáculos que oponen los enemigos del cambio”.  Después sufrieron algunas decepciones al enfrentarse a la compleja realidad social, a la materia “extensa”, a “la cosa que resiste”.  Vivieron de cerca los efectos corrosivos de la maldad humana en ejercicio pleno.

Las cárceles, torturas, engaños, malicias del espionaje, enredos de la intriga, no estaban previstos por esos jóvenes ingenuos.  Algunos murieron; otros se convirtieron a la fe de los demonios; unos pocos quedaron amilanados para siempre; el terror inoculó el espanto en el alma  de los  débiles.   Los fuertes se volvieron rencorosos, radicales.  Descubrieron que el odio emponzoña la sangre, que quita la mitad de la alegría de vivir.

Cuenta ese personaje novelesco que su padre, un fugitivo escaldado por la política, le advirtió. “la política siempre ha sido la misma… una actividad configurada por elementos idénticos, o muy parecidos, a lo largo de la historia: armas, astucia, odio, traición, codicia, resentimiento, ambición, intriga, crímenes”.  Salvo una distinción importante: no es lo mismo la “política actual” que la remota.  “Si un historiador comenta un pasaje de la historia del imperio romano, no pasa nada; y lo mismo podría ocurrir si estudia la vida de un dictador antillano de hace sesenta años.  En cambio, escribir un artículo sobre la política actual podría llevar a un periodista a la cárcel, tal vez a la muerte”.

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