A PLENO PULMÓN
Un demente sentencioso

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Un demente sentencioso

“Y la verdad os hará prisioneros”.  Así nos dijo el “demente sentencioso” en el año 1959, cuando nadie creía que Trujillo podría ser derrocado; que ni siquiera podría morir de muerte natural.  Nos miró con ojos soñolientos y añadió: “eso, primero; lo segundo es que seréis pobres y desdichados”.  Ustedes no pueden desafiar fuerzas tan poderosas, explicó en un susurro. –¿“Han oído en el merengue viejo que el “gato y el ratón” no pueden “darle combate al tiburón”?   Sentado en un banco del Parque Colón, frente a una fuente de agua, el demente levantó los brazos con resignación.  –¡Tendré que aclararlo un poco más!

-Oigan bien, niños ingenuos.  ¿Ven ese policía que está ahí, en la puerta de la farmacia?  ¡Claro que lo ven!  A él no le interesa vigilar el parque; está esperando la oportunidad de atrapar en el zaguán a una sirvienta que acaba de asomarse al balcón del segundo piso de la farmacia.  No han notado nada porque el cerebro de ustedes es lineal.  El cerebro mío es trigonométrico.  El médico me ha recetado una medicina para entablillarme la mente; quiere que yo piense derecho, en línea recta.  Pero el pensamiento opera en círculos, en espirales o entre paréntesis.

 Dicho esto, el demente se levantó del banco, colocó su mano sobre los ojos para mirar mejor el dedo de la estatua del Gran Almirante y dio un rapidísimo giro militar hacia nosotros. –Si algo ocurre aquí todos saldrán huyendo despavoridos; los dejarán solos; hasta estas palomas levantarán el vuelo.  La sirvienta cerrará las persianas y apagará la luz.  No quedará nadie en la calle, excepto ustedes dos, meditando sobre los huevos de lechuza.  Entonces los cogerán y serán apaleados sin compasión.  ¿Por qué se empeñan en decir la verdad? “Una verdad sabida que todos ocultan”, concluyó.

 -Las personas cuerdas están metidas en una pecera de vidrio; ven grande lo que es chiquito; están en lo mojado y creen estar en lo seco.  Todo porque confunden las cosas que tocan dentro de la pecera con los objetos que ven fuera de ella, que no están al alcance de la mano.  Al despedirse, exclamó misteriosamente: “La tiburonación del hombre es un proceso del alma”.

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