A PLENO PULMÓN
Un incierto porvenir

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Un incierto porvenir

Muchas de las meditaciones de los neo-humanistas van a parar a la “crisis de la modernidad”.  Los enciclopedistas del siglo XVIII soñaban con una sociedad igualitaria.  Creían que “la fuerza de las ideas”, actuando en millones de cabezas, elevaría a la enésima potencia la energía social, esto es, el “poder del pueblo”.  La monarquía “debería ser arrasada” y en su lugar establecer gobiernos democráticos, sin privilegios de clases.  Los “derechos del hombre y del ciudadano” nos llevaron a los “derechos humanos” a secas.  El hombre “debe ser respetado”, en la vida y en la muerte.  Los códigos de procedimiento penal “garantizan” incluso los derechos humanos de los delincuentes.

Algunos atrevidos preguntan ¿Y si el hombre fuera un animal intrínsicamente maligno? ¿Si la maldad en los seres humanos fuese congénita e inextirpable?  ¿Es posible la redención?  ¿Merecen los hombres los derechos humanos? El programa de los derechos humanos les parece mera pretensión de imposible vigencia legal. Los derechos civiles y políticos y los derechos humanos, frutos sociales de sucesivas revoluciones políticas, han parido otros derechos: al trabajo, a la educación, la salud.  Unos derechos “prospectivos”, aleatorios, que dependen de que la economía marche bien y existan aulas, profesores, medicamentos.

 Hay quienes piensan que esa “sobrevaloración” del hombre es un producto residual, transformado o reformulado, de antiguas visiones religiosas.  El hombre no ha logrado crear paraísos sobre la tierra.  Falansterios a la manera de Fourier, organizaciones societarias fraternales, “soviets” o comunas, han terminado en fracaso y desilusión colectiva.  De cómo sea la idea del hombre en una filosofía depende su correlato: la idea de la sociedad; la teoría política, a su vez, está supeditada a la sociología derivada de la forma de concebir el hombre.  Son tres pasos sistemáticos inevitables: hombre, sociedad, política.

 Manuel Matos Moquete nos dice: “Las ideas se reducen a imágenes.  La publicidad es el gran filósofo de [nuestra] época”.  Publicidad política, comercial, académica, intelectual, son focos “desde donde se proyectan los […] mensajes que nos importan”.  Añade: “nos hemos acostumbrado a pactar con la prevaricación de los lenguajes. Mienten y nos persuaden, porque… vivimos en una sociedad sin argumentación, sin razonamiento”.  Y concluye: “…no sabemos cómo cambiar… la idea de cambio… ha fracasado”.

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