A PLENO PULMÓN
Un responso profano

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Un responso profano

“La vida del hombre es como la hierba; brota como una flor silvestre: tan pronto la azota el viento, deja de existir”. Así dice el Salmo 103, en los versículos 15 y 16.  El Antiguo Testamento contiene numerosos pasajes donde se aborda el enigma de la muerte.  Algunos son consoladores; otros, incrementan nuestra perplejidad ante la cesación total que es la muerte. Cuando muere un amigo apreciado, con el cual viviste una relación armoniosa durante décadas, surgen montones de preguntas dolorosas e inútiles.  ¿Adónde van a parar los muertos? ¿Se convierten en sales todos sus huesos? Los enterradores de cementerios afirman que se disuelven los tejidos del cuerpo, que quedan pelados los esqueletos.

Pero los familiares y amigos no se conforman con que las personas queridas desaparezcan para siempre.   ¿Podrían pervivir en otro estado distinto, que desconocemos por completo?  El agua puede ser líquida, sólida o gaseosa; el mismo elemento de la naturaleza es a veces un durísimo bloque de hielo y en otras ocasiones vapor hirviente o chorro fresco de manantial.  La forma de pervivencia más frecuente es la memoria de los que viven; gentes agradecidas de haber conocido al que abandona este mundo; ellos, antes de morir, transmiten a los demás los recuerdos y afectos conectados con el muerto.  Los recuerdos perduran siglos en esta forma de carrera de relevo.

Los físicos contemporáneos sostienen que la luz es, al mismo tiempo, una onda y un corpúsculo.  Nos hablan de “la doble naturaleza” corpuscular y ondulatoria de la luz.  Todos los átomos se componen de protones y electrones.  ¿Por qué los átomos de los amigos muertos deben perder enseguida las radiaciones benéficas que les atribuíamos cuando estaban vivos?  ¿Son diferentes los átomos de materia viva y los de los metales?  ¿No se componen de extrañas partículas con funciones aun más extrañas?

La emoción que produce al irse un amigo generoso, capaz, lleno de bondad, nos perturba la cabeza, la anega de preguntas insolubles.  Sé que este amigo cumplió sus deberes con hermanos e hijos  –y sobre todo con su esposa enferma–.  Vivió decentemente mientras circulaba sangre en sus arterias.  Disfrutaba con viajes, comidas, vinos, en compañía de amigos que tendrán que recordarlo largo tiempo.

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