A PLENO PULMÓN
Un terreno cenagoso

A PLENO PULMÓN<BR>Un terreno cenagoso<BR>

En nuestra época los ahorros de los que trabajan toda la vida pueden disolverse en un abrir y cerrar de ojos.  Algunas veces se trata de devaluaciones monetarias producidas “por la caída de las exportaciones”, o al revés, “por el incremento de las importaciones”. Las devaluaciones actúan de una manera doble: reducen el salario de los empleados y disminuyen el valor de los ahorros existentes.  Otras veces los ahorros del hombre común van a parar a los bancos, donde son “invertidos en títulos financieros”.  En ocasiones esos títulos no son “tóxicos”, pero no pueden “ser redimidos” con facilidad. En todos los casos el ahorrista queda atrapado.

 No hablaremos de los muchos casos en que el banquero dispone a su antojo de los recursos que le han sido confiados.  También ocurre a menudo que algún economista prestigioso, del partido de gobierno, concibe un “programa de emergencia” para que los fondos de pensiones “no permanezcan ociosos”.  Después comprobamos que quienes no permanecen ociosos son los administradores de los fondos: en poco tiempo los dilapidan en lujos, viáticos, compensaciones por servicios técnicos;  o transfieren grandes sumas a sus cuentas personales en Suiza.  Lo que las leyes de un país no permiten a sus propios bancos, podría hacerse en bancos “off-shore” de islas de las Antillas.

  Los políticos de toda América repiten a coro que es necesario reemplazar “el modelo económico vigente”.  Algunos ensayistas atrevidos han propuesto “cambiar el modelo político y a los políticos mismos”.  Argumentan que los estados se endeudan y los políticos se enriquecen; para salvar a los Estados se contraen  nuevas deudas o se emiten bonos que, realmente, son deudas a larguísimos plazos.  La gente común debe cargar con “quitas”, “corralitos”, o nuevos impuestos para “relanzar” los servicios públicos.

 Mientras en todas partes se hace publicidad a favor de “la transparencia en la gestión pública y la administración privada”, las noticias de España, Grecia, Chipre y otros lugares, indican que “la opacidad” es mucho mayor que la “cristalinidad”.  Tanto los negocios especulativos como los abiertamente criminosos, son visibles incluso en grandes países; sin embargo, no son regulados ni perseguidos por “autoridades competentes”.  Por eso mucha gente decepcionada estima que actualmente caminamos sobre un terreno cenagoso.

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