A PLENO PULMÓN
Una historia verdadera

<STRONG>A PLENO PULMÓN</STRONG><BR>Una historia verdadera

Un mecánico dominicano de Las Matas de Farfán viaja con frecuencia a Puerto Príncipe para dar servicio a sus clientes haitianos; este mecánico repara plantas eléctricas, motores, vehículos.  La semana pasada debía trasladarse a la capital haitiana a cumplir obligaciones con familias, en cuyas residencias y negocios tenía trabajos pendientes.  El lunes el mecánico dominicano no se sintió bien; llamó entonces a sus clientes para aplazar el viaje hasta el miércoles.  El martes, en su casa de Las Matas, escuchó noticias sobre un terrible terremoto que había destruido en Haití el Palacio de gobierno y la catedral.  La residencia particular del Presidente Preval también se había derrumbado; el arzobispo de Puerto Príncipe, monseñor Serge Miot, murió aplastado.

El mecánico dominicano no estuvo el martes en Haití, en ese momento un centro de muerte y desgracia.  Ya repuesto de sus malestares, decidió ir a Puerto Príncipe donde, además de tener amigos y clientes se necesitaba mucha ayuda para echar a andar tantas máquinas dañadas por el sismo, por el abandono o la desesperación.  Caminó por las calles de la ciudad para “hacerse  cargo” de la magnitud de la destrucción.  Las urgencias eran, en primer lugar, hospitalarias, de transporte, de alimentos y agua, colchones y mantas, medicamentos.

 En un lugar muy conocido por el mecánico  éste encontró a un niño con cara desencajada, deambulando y hambriento. Lo reconoció; era el hijo de uno de sus clientes. Enseguida lo llevó a la casa de sus padres; pero la casa estaba destruida y los padres enterrados, probablemente en las primeras fosas comunes donde fueron a parar siete mil cadáveres.  El niño, de 11 años, había quedado sin casa, sin padres, sin comida, sin alojamiento.

El mecánico dominicano de Las Matas de Farfán, sin pensarlo mucho, trajo consigo ese niño a la República Dominicana para criarlo con su familia.  No sé cuál es el nombre del mecánico.  Refiero la historia porque la contó mi hijo, quien la oyó de labios de una hermana del propio mecánico.  Dedico este artículo a un lector asiduo de A Pleno Pulmón que me ha enviado un email desconcertante.  Dice que a veces no sabe si mis escritos tratan de hechos reales o de aventuras imaginarias.

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