A PLENO PULMÓN
Una locura benigna

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Una locura benigna

Acabo de recibir un amable mensaje electrónico del señor Carlos Vásquez Santos, residente en Santiago de los Caballeros.  El señor Vásquez es asiduo lector de “A pleno pulmón”; también espera con interés cada entrega de “Sobre el tapete”, nuestro viejísimo programa semanal de TV. 

Dedica generosos elogios a mi trabajo periodístico, lo mismo que  a mi manera de escribir. Estoy agradecido por ambas cosas.  Comparto sin reservas la admiración de Vásquez por el doctor Enerio Rodríguez, con quien he grabado una serie de programas de gran valor pedagógico e intelectual.  Don Enerio es un hombre inteligente y culto, además de excelente expositor.  Su larga experiencia académica le permite “sobrevivir” impertérrito a mis numerosas interrupciones.

 No es posible encontrar todos los días un interlocutor de la talla de don Enerio, con sus conocimientos, disciplina, virtudes de carácter.  El señor Vásquez objeta, con toda razón, las debilidades de un invitado joven que no podría “competir” con don Enerio en claridad, elocuencia, precisión conceptual. Aun así, creo que es necesario dar oportunidad a jóvenes estudiosos que, con toda probabilidad, lo harán mejor en lo futuro, a medida que ganen seguridad en sí mismos y pierdan miedo a las cámaras de TV; estos jovenes seguirán estudiando y desarrollando sus potencialidades.

 Vásquez explica que por intervención de su hermano ha podido leer dos libros escritos por mí: “Un ciclón en una botella” y “Ubres de de novelastra”.  Agradezco sumamente sus opiniones acerca de mis trabajos como escritor.  Sin embargo, debo aclarar que el oficio de escribir puede considerarse una “forma benigna de locura”.  Es una actividad que sólo es apreciada por minorías.  La mayor parte de los escritores son hombres solitarios; o sus relaciones se limitan al ámbito de “especialistas”.

 Hace años, escribí “Colirio y descongestionante”: “La verdad, las cosas justas, la belleza, no crean alharaca,  no meten ruido publicitario.  Avanzan rectas hacia su destino perdurable sin recurrir a las astucias inferiores.  ¡Y ahí está la debilidad! Su único valor reside en su pura e inútil presencia indestructible.  Los artistas que profesen este credo deben saber que de dichas cosas no suele enterarse “la buena sociedad”.  Cuando nacen, esas construcciones de alas de libélula carecen de poder militar o dinerario”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas