A PLENO PULMÓN
Una señora piadosa

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Una señora piadosa

En la Ciudad Colonial de Santo Domingo existen numerosas edificaciones del siglo XVI.  Han resistido huracanes y terremotos durante quinientos años.  Las espesas paredes de mampostería parece que soportan vientos y sacudimientos de todas clases.  Es claro que muchos edificios se han derrumbado en el curso de tanto tiempo. 

 El alcázar del virrey y segundo almirante, don Diego Colon, fue reconstruido en la época de Trujillo bajo la dirección del arquitecto Javier Barroso.  Las ruinas de la iglesia de San Francisco y las del Hospital San Nicolás de Bari, fueron consolidadas en los mandatos del doctor Balaguer. Pero las huellas del gobernador Ovando todavía son visibles.

 Así como son de resistentes los edificios de la Ciudad Colonial, lo son también las costumbres de algunos viejos residentes de la zona.  Las discotecas ruidosas, los “pubs” llenos de jóvenes “contestatarios” libres de inhibiciones, no han podido terminar con las devociones religiosas tradicionales. 

El día de la procesión del Nazareno acuden, como es de rigor, todas las viejas beatas de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen.  En esta pequeña iglesia hay un altar menor donde se aloja la imagen de Jesús con la cruz sobre los hombros.  Se discute mucho acerca de quién fue el artista que esculpió ese Cristo adolorido.

 En todas partes se ven comportamientos religiosos rutinarios y formales.   Las antiguas críticas de los Evangelios iban dirigidas contra los fariseos, quienes practicaban el judaísmo atendiendo más cuestiones externas que al fondo esencial de su fe.  Pero aun en medio de liturgias repetitivas y cánticos melódicos, muchas personas expresan profundas convicciones religiosas.  Ese es el caso  de una señora quien  afirma: “creer en Dios te libera de la desesperación; la miseria y la enfermedad no pueden enfrentarse sin Dios”.

 –Es raro que hombres, como usted vengan a esta iglesia rodeada de vividores y maleantes, dijo la señora.  –¿Por qué dice eso?  –Usted ha estacionado su vehículo ahí afuera; no ha venido a pie; además, ha puesto la limosna en el cepttillo del Nazareno.  Las personas que poseen  recursos para vivir olvidan los sufrimientos de los otros.  No quieren saber de dolores ajenos; no tienen ninguna piedad; y ese es el centro de la prédica del Nazareno.

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