A PLENO PULMÓN
Unas tejas del alero

<STRONG>A PLENO PULMÓN<BR></STRONG>Unas tejas del alero

– “A cualquiera le cae una teja en la cabeza y lo mata”.  Así dijo el jefe de la policía a su secretario, el rudo teniente Berroa, hombre expeditivo y cumplidor.  – “Habría que hacerle una advertencia, primero, para que no siga en malos pasos”, continuó el jefe policial.  –Es un hombre inteligente – contestó Berroa – y los hombres inteligentes entran en razones.  – Sí, teniente, pero a veces cuesta trabajo persuadirlos.  Hay sujetos inteligentes que son muy tercos.  – Haremos lo que hay que hacer y ya veremos si la cosa encuentra remedio.

– El periodista Muláneo Recio entró al edificio donde trabajaba, dobló a la derecha y aparcó  su automovilito en el lugar que le correspondía.  Al salir del vehículo oyó un estruendo inesperado.  El piso de adoquines, entre el edificio y los estacionamientos, se llenó de pedruscos.   – ¡Qué pasa! gritó el conserje del condominio. – Son tejas de la cornisa del tercer piso; se han desprendido varias a la vez, explicó un vecino.  – Por poco caen sobre usted cuando llegó;  hubieran podido abollarle el automóvil o romperle el parabrisas.   Gracias a Dios, no le cayeron arriba. 

– Muláneo se agachó y recogió del suelo un pedazo de teja.  Tenía cemento adherido fuertemente al barro.  Trozos de las tejas estaban esparcidos por toda la explanada.  Barro rojo y cemento gris, en pequeñas partículas, quedaron en el piso después de barrer los pedazos grandes.  Una vez dentro de su oficina, Muláneo decidió subir a la azotea a mirar la cornisa del edificio.  Subió los tres pisos y salió al techo.  Al acercarse al borde del parapeto vio un pico recostado de la pared.  El borde plano del pico parecía coloreado con bija.

–        Muláneo llamó por teléfono a su amigo Pancracio Ceroles.   – ¿Puedes venir a mi oficina en el curso de la mañana?  – Claro que sí; en quince minutos estaré allá.  Muláneo endulzó dos tazas de café; las colocó sobre su escritorio.  Escuchó  entonces el timbre del vestíbulo.  Era Pancracio.  – Llegaste tan rápido que no se ha enfriado el café.  Siéntate; tengo que decirte que me han tirado piedras desde el techo de este edificio.  – ¿Por qué? ¿Quién lo hizo? – Oh, por ser periodista; creo que fue un policía que vigila mi casa.

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