A PLENO PULMON
Valle sin agrimensores

A PLENO PULMON<BR>Valle sin agrimensores

El hombre es capaz de imaginar lo angélico y concebir el infinito matemático; pero ha de vivir entre calles estrechas, limitadas, rodeado por personas pugnaces, agresivas o perversas.  Los hombres disfrutan de la contemplación de paisajes de montañas húmedas y boscosas, pero no pueden “dejarse llevar” por los entusiasmos provocados por esas bellas visiones.  Con toda razón Robert Frost nos dice en su celebrado poema: “Son adorables los bosques sombríos y profundos”. A pesar de ello, estamos obligados a cumplir deberes inexcusables.  El gran poeta norteamericano insiste, desde lo alto de un caballo, en la imposibilidad de seguir mirando el bosque: quedan “millas que recorrer antes de dormirme”.

 ¿Quién no quisiera ver el Salto de Aguas Blancas y oírlo caer durante varias horas? El ruido de una cascada es más eficaz  que todos los psiquiatras del mundo.  Produce un efecto sedante que no alcanzan los ejercicios de yoga ni los medicamentos psicotrópicos.  Contemplar el panorama hermosísimo del fértil Valle de la Vega Real, desde el Santo Cerro, estimula los sentidos: la vista, el olfato, el oído; la brisa que sopla, el canto de los pájaros, los distintos tonos del verdor de la vegetación, nos hacen sentir integrados a la naturaleza.  ¿Cuántas personas trabajan en la siembra y recolección de lo que se cosecha en ese valle?

 Pensar en cuantos dominicanos son alimentados con lo que se produce allí, añade un ingrediente social al espectáculo natural.  Al caer la tarde, cuando la luz oblicua nos deja apreciar mejor los objetos, llega la hora de bajar del Santo Cerro.  Debemos abandonar el “belvedere” y volver a la carretera.  Emprender el regreso al trabajo, a “las obligaciones” ineludibles.  Durante todo el camino recordaremos el valle “sombrío y profundo”.  Tendremos “millas que recorrer” antes de poder descansar.

 El anterior sentimiento de libertad y anchura desaparece lentamente; es preciso adaptarse o la circulación de vehículos pesados, mirar bien las señales de tránsito, pagar los peajes, llenar el tanque de combustible.  Conducir un vehículo por una vía concurrida exige un esfuerzo de la atención que no puede cejar en ningún momento.  La presencia de los límites exactos entra en juego: cada kilómetro lleva su marca.  El valle no parece necesitar agrimensores.

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