A PLENO PULMÓN
Ver pasar la gente

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La primera vez que oí eso de “ver pasar a la gente” fue en Nueva York, en una cafetería del desaparecido “World Trade Center”; lo decía una mujer dominicana que vivió en esa ciudad durante cuarenta años.  –Yo trabajo aquí en Manhattan; cuando estoy muy cansada me siento en esta mesa a ver pasar la gente.  Es un espectáculo continuo, renovado cada minuto, de duración interminable.  No se presenta en ningún teatro de Broadway una obra con tantos personajes, con actores tan convincentes, ni vestuarios tan variados.

 –Además, el telón no baja nunca; si sientes hambre, comes una tostada, un sandwich, pides café o jugo.  Es regocijante ver una vieja gorda con un sombrero del siglo pasado, arrastrando un carrito lleno de verduras y una cartera plástica enorme.  No hablo de una vieja imaginaria; se trata de una mujer de carne y hueso –con mucho más carne que hueso-; usa unas sandalias de goma que parecen esquíes.  Se sentó a mi lado a descansar de la travesía por estos pasillos –Tengo que parar un rato, me dijo; ya me duelen los pies; he ido de compras por muchos kilómetros de tiendas.

 – A los diez minutos llegó al lugar una mujer joven, igualmente gorda, con parecidas sandalias.  Era su hija.   La vieja se levantó trabajosamente y la siguió.  Se despidió con una sonrisa de alivio.  – Estoy loca por llegar a la casa para cocinar todo esto, le iba diciendo a la hija mientras se acomodaba en el hombro los tirantes de aquel bolso desmesurado.  ¿Quién era? No lo sé.  La vieja tenía el aspecto de una judía de Europa del Este.  La muchacha, por la ropa, la desenvoltura y el gesto, me pareció nacida en  Nueva York y “de padre ausente”. 

 La señora dominicana está convencida de que la contemplación de ese “movimiento perpetuo”, y de la variedad de tipos humanos, contribuyen al equilibrio psíquico de los oficinistas de Manhattan.  –No lo saben todavía los psicólogos.  Siempre topas con algún sujeto más flaco que tú, o más gordo, con la nariz más larga.  Todos ellos viven o sobreviven trabajando en la isla.  Antes de irse, agregó: “muchos escritores estimulan la imaginación viendo pasar a la gente”.

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