Se ha dicho que hay escritores sedantes, esto es, profesionales de las letras cuyos escritos producen sosiego, paz de espíritu. Escriben alrededor de cosas hermosas, satisfactorias, placenteras. He leído descripciones de la campiña italiana que transmiten la belleza del paisaje con una efectividad tal, que nos parece estar viendo una película. Con la ventaja de que esa clase de escritores añade a los simples fotogramas algunos toques emocionales, históricos, sociográficos, que no son visibles en los cultivos, ni en las edificaciones del borde del camino. Casi siempre son tipos normales que suspenden, transitoriamente, las cavilaciones tristes para contemplar el mundo gozosamente.
También existen escritores punzantes, que se complacen en abrir los muchos abscesos que produce la vida social, las luchas políticas o económicas. Con frecuencia son buenos escritores y valientes ciudadanos; consiguen con sus denuncias que la gente caiga en la cuenta del terreno cenagoso que pisa todos los días. Algunas veces los escritores punzantes logran redactar textos memorables, valiosos desde cualquier ángulo que los examinemos. Los escritores punzantes crean más revuelo que los escritores sedantes.
Digamos que los escritores son hombres que escriben, como lo diría un idiota. Es indudable que la diversidad de los escritores es resultado directo de la diversidad de los hombres. No solamente existen literatos sedantes y punzantes; los hay con preferencias temáticas por lo insólito, lo desgarrante, lo perverso. Así como hubo una vez poetas malditos, hay ahora prosistas maldicientes. Las flores del mal de Charles Baudelaire, han dejado descendientes con ciertos parecidos genéticos. Circulan hoy flores hediondas, almohadones podridos, bocas purulentas y otros frutos del desarraigo, el alcoholismo, la frustración, la amargura.
En vez de escribir acerca de cosas lindas, entuertos colectivos, sentimientos ordinarios, los defensores del nuevo feísmo prefieren escribir verrugas literarias: composiciones que cumplan el papel de excrecencias desagradables del tejido social. Personas que viven en el fondo de cañadas, rodeadas de basura descompuesta, deben expresarse verrucosamente. Estas visiones estéticas alternativas propugnan por llevar a los museos instalaciones verrucosas. Objetos de arte que revelen las espantosas condiciones en que vegetan las clases sin educación, sin salud, sin trabajo. Las verrugas literarias serán agrupaciones gramaticales muy feas que señalarán la dirección de otras realidades más feas aún.