A PLENO PULMÓN
Vidrios y pólvora (1)

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El 11 de junio de 1964 explotaron tres polvorines del Campamento Militar 27 de Febrero, situado en Villa Duarte, en el lado oriental del río Ozama.  La explosión produjo un estruendo terrible en la distante zona colonial de Santo Domingo.  El ambiente social de aquella época era de “crispación” política.  Trujillo había sido baleado en mayo de 1961; las elecciones generales de 1962 las ganó Juan Bosch con amplio margen;  desalojado Bosch del poder por un golpe de Estado cívico-militar, en septiembre de 1963, la población del país sufrió profunda frustración.  Muerto ya el dictador, las esperanzas de vivir en un régimen democrático se vinieron abajo.

Ese día murió la señora Isabel Burgos vda. Mieses, madre del poeta Franklin Mieses Burgos.   El velatorio tuvo lugar en una casona del siglo XVI, en la calle Padre Billini, frente al local del club social La Casa de España.   Muchos de los amigos de Mieses Burgos estaban en el funeral.  Al reventar el arsenal, el ruido de la explosión conturbó a los presentes.  Algunos corrieron despavoridos sin saber adonde se dirigían.  La esposa de un magistrado–juez de la Suprema Corte bajó la escalera de la casa a toda prisa y corrió hasta la calle El Conde, donde encontró filosos vidrios desparramados. Las vitrinas de las tiendas se rompieron casi todas; numerosos oportunistas saquearon los escaparates.

La onda expansiva fue tan intensa que las puertas de la Licorería Cochón Calvo saltaron enteras a la calle, con marcos, tragaluces, ventanas, bisagras.  Corrí a ver si mi automóvil estaba en el sitio donde lo estacioné al llegar al funeral; el peso de escombros, puertas partidas, podría haberlo aplastado.  Estaba allí, cubierto de polvo negro.  Enseguida fui  a la casa de mi madre, en la calle Arzobispo Nouel; la encontré despierta mirando asustada por un postigo.

Entonces sentí que caía una lluvia de tierra fina; no había luz eléctrica, pues muchos cables estaban desprendidos de los postes.  En la obscuridad descubrí que la arena que caía del cielo era pólvora.  La revista ¡Ahora! publicaría esa semana un escrito mío sobre gatos barcinos; llevaría mención e ilustración en portada.  Hubo que sobreimponer otra cubierta noticiosa con “la explosión”.  El velatorio quedó interrumpido.

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