La Virgen de los relojes es el título de la escama 106 de Ubres de novelastra. El Papa Benedicto XVI debe haber visto los ex-votos que, en el curso de unos ochenta años, han colocado en el santuario de la Virgen del Cobre las madres de miles de enfermos, encarcelados, muertos en combate. El santuario de la Virgen es un templo extraño con cúpula tradicional, una linterna con ventanas jimaguas, un reloj con números romanos. Puede Apreciarse que [es] una edificación mestiza, combinación arbitraria de diversos estilos arquitectónicos. Adornos superpuestos [completan] los abigarrados remiendos.
Un personaje que visitó el santuario en 1993 consigna: pero aquella decoración profusa no resultaba desagradable. El lugar despedía radiaciones de energía confortadora y tranquilizante. Los arcos estaban pintados de blanco; las columnas grises terminaban en basamentos terrosos con vetas rosadas. ¿Qué efecto podría producir en el alma del Papa la contemplación de un santuario de este tipo? Para un hombre acostumbrado a mirar las catedrales góticas de Europa, llenas de cuadros y esculturas de los grandes maestros del Renacimiento italiano, debe constituir una sorpresa que tanta devoción quepa en un recipiente tan pobre. Pero tal vez a Benedicto XVI le haya ocurrido igual que al mencionado visitante europeo de 1993.
La experiencia religiosa prepara al hombre para percibir lo grande en medio de la humildad o la pobreza. Aquel visitante del santuario se preguntaba: ¿De dónde procede la energía apaciguadora? ¿De las luces tetraédricas de los costados del altar? ¿Del manto de oro de la Virgen? ¿Entra a través de los reflejos de las vidrieras? ¿Es un fenómeno óptico? ¿Una artimaña de la luz? ¿Cuántas personas han rezado aquí en los últimos treinta años? preguntó alguien detrás del visitante. ¿Las oraciones previas pueden condensarse hasta formar una atmósfera densa que magnifique nuestras propias plegarias?
Este visitante vio cientos de relojes de pulsera colgados. Por eso exclamó: ¡es la virgen de los relojes! Una mujer respondió: Esos relojes los ofrecieron los que regresaron de la guerra de Angola. [o]las madres de los soldados muertos. Dan el reloj para que se salve otro hijo, hermano del que ha muerto. Las madres son así. Creen que la vida y el tiempo andan juntos.