A PLENO PULMÓN
Vividores y moridores

A PLENO PULMÓN<BR>Vividores y moridores

El espectáculo “debe continuar”, la vida “tiene que seguir”, los vehículos públicos han de “completar su itinerario”.  Hay numerosas expresiones, en todos los idiomas, que afirman: la existencia es imparable; pase lo que pase, estamos obligados a mantenernos vivos a toda costa.  Los suicidas, desde luego, optan por la muerte; no es que “se dejan morir”, que permiten que la corriente de la desgracia “los arrastre a la muerte”; no, nada de eso; es que son sus propios verdugos, se aplican la pena de muerte con sus manos, ya escojan el revólver o el veneno.  Los psiquiatras estiman que el suicida es aquel que ha perdido toda esperanza.

¿Por qué los suicidas actúan a contracorriente?  Muchos enfermos terminales, sabiendo que no tienen cura por medios científicos conocidos, recurren a los brujos y beben toda clase de tisanas, aferrados al deseo de vivir.  En un famoso lugar de baños termales he visto viejos muy viejos, apoyados en bastones, meter la cabeza en los chorros de “aguas salutíferas” que les han recomendado.  Otros visitan santuarios, prenden velones, y esperan que se produzca un milagro que les prolongue la vida.  Los biólogos del siglo XX decían que así como las flores de girasoles buscan la luz, los hombres “persiguen” la vida.  Creían que “los tropismos” nos gobernaban en todo momento.

¿Qué les pasa, entonces, a los suicidas? ¿Dejan de operar los tropismos? ¿Algún desequilibrio fisiológico les hace desear la muerte?  La vida es “la realidad radical”, según explicaba Ortega.  Todas las demás realidades aparecen, brotan, “se epifanizan”, en el ámbito de mi vida.  ¿Qué nos hace preferir la vida, no importa cuán dolorosos sean nuestros padecimientos?

Si diéramos por cierto que los suicidas pierden la esperanza, habría que preguntarse por qué no la pierden los viejos enfermos.  Un anciano cegato declaró a un periodista: “me gusta ver los colores de las plantas, las nubes que se transforman continuamente en el cielo; por la mañana miro con el ojo que tengo en mejores condiciones; en las tardes, al haber menos luz, no tengo más remedio que verlo todo con los dos ojos para no tropezar”.  Mientras unos hombres brindan por la vida, otros entran revólveres en sus bocas y disparan.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas